sábado, 14 de abril de 2012

Rodilla y Maratón

Cada vez aprendo más sobre mi rodilla. Son cosas que hubiera preferido no saber. De momento, lo que tengo es una condropatía rotuliana o, para que lo entendamos todos, una rodilla medio jodida. Si no le pongo remedio pasaré a tener una condromalacia rotuliana, que traducido quiere decir una rodilla jodida del todo.

Las causas, aunque me produce rubor decirlo, es por hacer las cosas mal, muy mal. No estirar después de los entrenamientos, no calentar adecuadamente, no hacer ejercicios de fuerza antes de empezar a meter volumen en las piernas y no hacer técnica de carrera.

Según he leído por ahí, los problemas de rodilla suelen producir pérdida de masa muscular en el vasto interno. Se produce un desequilibrio entre los «brazos» del cuádriceps y el vasto interno no es capaz de posicionar la rótula en su sitio. Si no se soluciona, la rótula termina por desgastar el cartílago y esas ya son palabras mayores.

Para recuperar el volumen muscular estoy haciendo ejercicios en isométrico. Una toalla enrollada debajo del hueco de la rodilla, estirar la pierna haciendo un poco de presión hacia abajo y tensar el cuádriceps. Treinta y pico veces, tres veces al día, hasta un total de 100. También me han enseñado a estirar correctamente el cuádriceps y los isquiotibiales. Lo estaba haciendo fatal.



Dentro de 8 días correré el maratón de Madrid. El lunes pasado fui al fisio pero creo que es mejor dejar los experimentos con la rodilla para después de los 42 km. Espero no terminar de «cascar» la articulación. Esta vez, las dudas previas al maratón son peores que nunca. He bajado casi 8 kilos, las sensaciones son mejores que nunca pero la rodilla... es la mayor incógnita.

Mañana es la primera edición del maratón de Coruña. Lo usaré para hacer un rodaje medio, de 14 ó 16 km, aprovechando la carrera. El tiempo lo predicen bastante malo. Es una pena, sobre todo para los debutantes. Al terminar el entreno, estiraré bien.

miércoles, 4 de abril de 2012

Rodando por Francia

¡Cómo pasa el tiempo! Creía que habían pasado menos días desde la última vez que compartí en la red mi vida runneriana. Ahora estoy disfrutando de unos días de vacaciones con la familia y, a falta de dos semanas y media para el maratón de Madrid, me he llevado la ropa técnica y las zapas a tierras francesas.

Los horarios de comidas de aquí ayudan a encontrar un momento nocturno para correr. Los restaurantes cierran a las diez y lo habitual es cenar sobre las ocho. A las nueve y pico ya hemos cenado. Las calles están vacías y los monumentos escasamente iluminados (motivo por el cual no puedo acompañar este post de una foto mía junto a un monumento), no nos queda más remedio que volver al hotel. Mientras los niños y mi chica se toman un respiro del día, yo salgo a correr: un día sí, un día no.

El domingo entrené en Amboise, pueblecito situado a orillas del Loira. Salí del hotel y fui hasta el pueblo, recorriendo una distancia cuesta abajo de algo menos de dos kilómetros. En coche me parecía que era más lejos. Pasé por delante del castillo de Amboise, donde reposan los restos de Leonardo da Vinci y continué río arriba por la "rive gauche", es decir, por la margen izquierda. Cuando se acabó la acera di media vuelta y volví hasta el castillo. Allí crucé el puente sobre el Loira y me encaminé hacia la isla que se halla en medio del Loira. A mitad de puente, portando yo la camiseta del maratón de Madrid del año pasado, me crucé con tres personas. Una de ellas se quedó mirando mi camiseta y de repente, al cruzarme con ellos, comenzó a agitar los brazos y a gritar "¡Madrid, Madrid, Madriiiiid!". Sí, es cierto. Los españoles somos muy escandalosos. Di una vuelta por la isla y seguí por la "rive droit". ¡Exactamente! La margen derecha. Media vuelta y de nuevo al centro del pueblo. Terminé mi paseo nocturno por Amboise y regresé hacia el hotel. La pendiente se había convertido en una cuesta pero la subí bien. Los últimos metros me costaron un pelín más pero terminé mi entreno de 11 km y pico por tierras de la "Loire".

El martes salí a correr por Chartres. Esta vez el hotel estaba un poco más lejos de la ciudad, a unos 4 km. Fui siguiendo las baldosas amarillas... digoooooo... el carril bici que me llevó hasta el centro. Así como me iba acercando, veía aproximarse, recortadas contra la noche estrellada, las torres de la catedral. Las calles, al igual que en Amboise, estaban vacías. Sólo unos pocos locales permanecían abiertos. Claro que hay que tener en cuenta que es un día laboral y que estamos en semana santa. Llegué al centro y bordeé unas fuentes iluminadas con unas luces azules. Bajé hasta la estación del tren y volví a subir hasta la catedral. Estaba muy poco iluminada, así como su entorno, supongo que siguiendo la tendencia actual de ahorro energético. Callejeé un poco y volví hacia el hotel. Un par de personas me miraron con extrañeza, intentando leer qué ponía mi camiseta. Nada más que destacar. Enfilé de nuevo el carril bici y regresé al hotel, completando los 11 km. Allí me ventilé el botellín de Gatorade que llevaba en la mochila y que, al igual que en Amboise, había dejado durante el rodaje en la nevera de la habitación (el botellín, no la mochila).

18 días para el Maratón de Madrid. Diez meses con dolor de rodilla. El dolor, mientras corro, es soportable ergo sigo corriendo.

sábado, 25 de febrero de 2012

Mi bronquitis y yo



Había una vez un hermoso catarro que decidió residir en el cuerpo de un corredor. Puesto que se encontraba cómodo y era un virus ambicioso, en pocos días había edificado en los bronquios del corredor una hermosa colonia que bautizó con el nombre de «Urbanización Bronquitis». La vida en los bronquios era una fiesta constante. Poquito a poco los bronquios fueron asfaltados consiguiendo así reducir enormemente el caudal de esas molestas corrientes de aire que fluían con regularidad camino de los pulmones. Los virus que se hacían viejecitos se quejaban mucho de que sentían un poco de frío por lo que los encargados del bienestar de la colonia aumentaron la temperatura corporal del corredor un par de grados. El corredor comenzó a sentirse ligeramente indispuesto y no salió a correr. Como sus anticuerpos no eran capaces de combatir eficazmente la invasión vírica, el corredor introdujo en su cuerpo a unos nuevos amigos: el Ibuprofeno, la Acetilcisteína y, cuando era necesario, la Terbutalina, más conocida por su nombre de guerra: «Terbasmin».

Casi dos semanas necesitaron los anticuerpos y las fuerzas de choque externas para echar del cuerpo del corredor a la estirpe vírica. Sólo quedan unos tosidos y unas pequeñas molestias en el fondo de la garganta. El corredor, que ya llevaba una semana de parón antes de que la invasión vírica tuviera lugar, le sumó otros 7 días de dique seco que al final se convirtieron en 3 semanas. Un atisbo de depresión maratoniana comenzó a gestarse en el corazón del corredor. Era demasiado tiempo sin correr y había que empezar desde cero a poco más de 8 semanas del Maratón de Madrid. El corredor no sabía qué hacer y la negra sombra de un mal presagio comenzaba a cernirse sobre él. 

El fin de semana en que se cumplían las dos primeras, el corredor, o sea yo, tuve un encuentro y una charla con mi amigo Banderas. Todavía muy congestionado y con el ánimo bastante hundido conversamos al tiempo que las comparsas de carnaval llenaban de luz y color las calles de la ciudad. Quiso la buena fortuna que le preguntara cómo llevaba los entrenos para el maratón a lo que él me contestó que todavía no había empezado, que seguiría su plan de siempre de 8 semanas de entrenamiento. En ese momento tuve una epifanía khenesférica. Los cielos se abrieron y comenzaron a sonar cánticos celestiales mientras que, casi oculto por una intensa luz blanca, se me apareció Gebrselassie, el maratoniano de la eterna sonrisa, rodeado de Bekele, Bikila, Martín Fiz, Abel Antón, Chema Martínez, Pedro Nimo, Chema «Wottle» y Miguel «Ojordo». «¡Coño, Miguel, ¿qué hacéis Chema y tú en mi epifanía?!», le pregunté. A lo que él me respondió encogiendo los hombros y sonriendo mientras que Chema hacía un gesto con el dedo índice sobre sus labios, indicándome que me callara y que prestara atención al maestro Gebr. En ese momento pasó una comparsa haciendo una tamborrada y, con el ruido, no entendí muy bien lo que Gebr me decía. Primero creí que era la voz de  Joaquín Guzmán diciendo «Bienvenido a la Gramola. Ésta es tu elección» Pero pronto me di cuenta de que había dicho algo así como que ese era el plan que debía seguir yo. La visión se extinguió al tiempo que pasaban tres docenas de Navii de Avatar y comprendí que sí, que tenía razón, que tenía 8 semanas para preparar el maratón según el plan de Marta Fernández de Castro.


El jueves, razonablemente curado, fui a la piscina. El viernes, 10 km suaves, expulsando los restos de las miasmas. El sábado, 15 km en bici con mi hijo por las márgenes del río Mero, escupiendo los mosquitos que volaban al atardecer. Mañana, 20 km muy suaves. Y el lunes comienzo el nuevo plan. Muchas gracias, meu (va por Banderas, no por Gebrselassie). ¡¡¡Arrancamos de nuevo!!!

miércoles, 8 de febrero de 2012

Un maratón, un capricho

Hay un chiste de Eugenio sobre un hombre al que le gustaba mucho jugar al póker y perder. Otro hombre le preguntaba si no le gustaba también ganar, a lo que él contestaba: «¿Ganar? ¡Ganar debe de ser la hostia!». A mí, como a la mayoría de los corredores, me encanta participar en carreras y perder. ¿Y ganar? ¡Ganar debe de ser la hostia! Y bien, ¿por qué participamos en una competición en la que estamos seguros de que no vamos a ganar, ni siquiera a conseguir un tercer puesto (ni un puesto trescientos o tres mil, según la carrera)? Porque compito con otros compañeros (que tampoco van a ganar) a los que les puedo vencer, pensarán algunos. Porque compito conmigo mismo, dirán otros. Porque lo importante es participar, dirán los más deportivos. No nos engañemos. Participamos en una competición porque NOS DA LA GANA. Porque  queremos y podemos y por tanto lo hacemos. Nos gusta la sensación de correr entre más corredores y de sentir que nos hemos esforzado en terminar una distancia en el menor tiempo posible. Nos gusta pasar a otro corredor aunque a nosotros nos hayan adelantado otros cincuenta. Nos complace hablar con otras personas que comparten con nosotros una afición y argot común: que si tantos minutos por kilómetro, que si el recorrido picaba para arriba y tenía toboganes en los últimos kilómetros, que salvo alguna tachuelita la primera parte se hacía muy bien, que si el Fore me marcó metros de menos, que si he hecho MMP y no me subieron las PPM, que si bien de sensaciones pero un poco tocado de pecho, que si se me subió un gemelo justo en la primera alfombra, que si me dio flato, que si tomé un gel, que si prefiero una barrita, que si tengo chip amarillo, que si voy a estirar isquios, ...

Primero nos atrevemos con nuestra primera carrera, un 10000 habitualmente o una distancia algo inferior. Es una carrera muy especial y la hemos elegido según criterios personales. Tras la primera, viene la segunda, la tercera y nos vamos aficionando. Según vamos ganando confianza, comenzamos a pensar en asaltar el siguiente reto: ¡correr un medio maratón! 21 kilómetros no es una tontería y precisa un poco más de esfuerzo y de entrenamiento pero es una distancia asequible. Conquistamos nuestro primer medio maratón y, a los pocos meses, correr una media se convierte en algo parecido a salir de paseo. Las distancias se contraen y nuestra percepción de los kilómetros se vuelve distinta a la del resto de los mortales. Cuando sales a entrenar y «sólo» haces 10 kilómetros, te sabe a poco. Los 15 ó 18 kilómetros de tirada larga de los domingos por la mañana, empiezan a quedarse escasos. Quieres más. Necesitas más. De pronto, una chispa que te rondaba por la cabeza empieza a hacerse más grande. El siguiente paso está ahí, la meta que te consolidará como corredor de fondo, que te permitirá entrar en el Valhalla de los runners, tu próximo objetivo: ¡Correr un Maratón!


¿Por qué corremos un maratón? ¿Por qué entrenamos para correr un maratón? ¿Por qué empleamos tantos cientos de horas en preparar una única carrera? ¿Por qué participamos en una competición que sabemos que no vamos a ganar? La respuesta vuelve a ser la misma: ¡PORQUE NOS DA LA GANA! Porque queremos y podemos y por tanto lo hacemos. Es un capricho. Nos apetece entrenar como burros durante 3 ó 4 meses para llegar a la fecha señalada en el calendario con un gran círculo rojo y correr 42 kilómetros y pico con otros caprichosos como nosotros. Porque queremos sentir los ánimos de los espectadores, aunque sabemos que sólo están animando para no aburrirse mientras esperan a que pasen sus conocidos o cuando les demos pena por nuestra cara rota por el esfuerzo, la angustia y el dolor. Porque queremos visitar la feria del corredor y ver de cerca a los keniatas y a los grandes atletas. Porque nos gusta viajar y pasar un fin de semana en otra ciudad. Y no lo hacemos para que nadie nos admire, ni por vanidad, ni para ganar nada, ni para superarnos a nosotros  mismos. Lo hacemos porque nos apetece, porque es un capricho, porque nos sentimos capaces de hacerlo, porque un home é un home, un gato é un bicho, un garabullo é un pau e un maratón... un capricho.

domingo, 5 de febrero de 2012

Entrenamiento largo invernal

A punto de meterme en la ducha con el doble propósito de asearme y de quitarme el frío tras el entrenamiento de hoy, observo una mancha oscura sobre la uña de un pulgar. ¡No puede ser! ¿Una uña negra? Le doy con el dedo y la mancha sale. Ufffff. Qué alivio. Era barro. Claro que, con barro en una uña del pie, puedes hacerte una idea de como fue el entrenamiento.

Salí de casa bien pertrechado, con camiseta térmica, pantalón pirata y chubasquero. Pensé en llevar un pantalón más cálido pero, ya sabes, si llueve... Y llovió. Al principio suave, luego más intensamente. El objetivo es hacer dos horas y cuarto, muy suaves, para completar unos 20 kilómetros.

Comencé mi singladura río arriba, por un camino de tierra bordeado de juncos. Me crucé con otro corredor y me saludó. Entiendo que eso es lo normal pero habitualmente los corredores de por aquí no responden a los saludos. Miran al frente, como si no te hubieran oído y siguen adelante. No sé si tendrán algún déficit hormonal en el sistema saludatorio o si simplemente son un poquito maleducados. En este caso fue el saludo habitual de un corredor entrenando, saludando a otro corredor entrenando. Un poco más adelante noté olor a zorro. Debía de haber alguno por allí cerca. Sigo río arriba, pendiente de la hora. Por aquel camino no hay luz y comencé el entrenamiento a las seis y pico de la tarde. Si me despistaba iba a quedarme a oscuras. Me cruzo con otro corredor que también responde a mi saludo. No doy crédito. Llego al primer obstáculo. Al ser un camino muy apetecible para los ciclistas, allí donde había un charco se ha convertido en un barrizal, o como se dice en mi tierra, nunha lameira. Busco por donde pasar manchándome lo menos posible. Este gesto se repetirá innumerables veces a lo largo del camino de tierra. A veces pude esquivarlo, a veces tuve que pisar por el barro y, a veces, preferí pisar por el agua, siendo ésta la opción menos mala.

Llegado al punto que el sentido común me indicó, di la vuelta y comencé a bajar por la margen izquierda del río. Llevaba un buen rato sin cruzarme con nadie cuando apoyé el botellín de isotónica sobre una estructura de madera y me acerqué a un matorral a orinar. Como no podía ser de otra manera, por la curva apareció un corredor. Recogí el botellín y seguí corriendo. Nos saludamos (increíble! Tengo que entrenar más a menudo por ahí)y vi que por la curva aparecía un perro y detrás una chica. Siempre pasa lo mismo. Basta que necesites un instante de intimidad para que empiece a aparecer gente.

Todavía había suficiente luz de día cuando enfilé los últimos metros de aquel camino fluvial. De repente, un conejo enorme cruzó el camino. ¡Corre, amigo, que por aquí cerca hay un zorro! No vi al zorro y el conejo se escabulló bajo unos tojos. El Fore marcaba 9 km. Me quedaban 10. Había dado la vuelta demasiado pronto y no iba a hacer los 20 que tenía pensado. Tampoco iba a hacer nada especial para completar esa cifra. Continué por mi camino habitual, río abajo. La lluvia comenzó a arreciar. Llego a la desembocadura del río, donde sus aguas se mezclan con las del mar. Termino el botellín de Isostar (era la primera vez que lo tomaba) y descubro que me está dando ardor de estómago. Es la primera vez que me sucede con una bebida isotónica (y he bebido muchas) y ha tenido que ser precisamente con Isostar. Mi isotónica favorita sigue siendo Gatorade. Me cruzo con otro corredor. No responde al saludo. Es un misterio. Me crucé con otros 3 y sucedió lo mismo. Voy a tener que llamar a Jiménez del Oso. Ay, no, que está muerto. Bueno, pues a Iker Jiménez para que resuelva el misterio.

Últimos kilómetros a ritmo lentorro. El chubasquero está chorreando, tengo los pies empapados y los muslos helados. El viento viene de lado, con el frío siberiano ese del que hablan en la prensa. Pero me encuentro bien. No estoy cansado y la respiración es normal. No llevo pulsómetro pero, por sensaciones, voy por debajo de las 140 PPM. Llego a casa. 19 km y un poquito para un par de minutos por debajo del objetivo propuesto. Ahora a estirar y a la ducha, que por hoy ya he cumplido.

Invierno en la Khenesfera

Dentro de poco será primavera en El Corte Inglés pero en la Khenesfera todavía estamos en pleno invierno. Escribiré un post a vuelapluma para actualizar estado y sensaciones.

Como todo, la vida 2.0 también va evolucionando y cambiando. Aunque ya hacía un tiempo que tenía abierto mi perfil de Facebook últimamente le he cogido gustillo. Es fácil encontrarme como Khene Runner. Como contrapartida, he reducido mi presencia en blogs y el foro de CenG.

Este mes de enero he participado en el Medio Maratón de Viana do Castelo. Me marqué un objetivo de ritmo y cumplí mis expectativas: 1h52', a 5'20"/km. Tuve un pequeño problema de deshidratación. Aunque bebí bastante durante la carrera, no salí bien hidratado. Y los fallos se pagan... con malestar y dolor.

Estoy entrenando para el maratón de Madrid, un año más. Será la quinta vez que participe. El otro día leí que estaba considerado el maratón más duro de España. No sé si habrá uno más duro pero a éste le llega bien (qué expresión más gallega). Llevo un mes entrenando. A la dureza de entrenar en invierno, este año hay que añadirle las vueltas que le voy dando a la cabeza a mi problema de rodilla. No quiero que un capricho como correr un maratón (al fin y al cabo es un capricho porque ni lo voy a ganar ni tengo necesidad de hacerlo ni va a mejorar mi vida ni la de los que me rodean) me deje con problemas de rodilla para el resto de la vida. Creo que he entendido lo que mi fisio me quería decir. El problema viene porque mi rodilla es poco estable. Al doblarla, la articulación hace una "ese". Tengo que seguir fortaleciendo y haciendo ejercicios para aprender a doblar bien la rodilla.

Dentro de dos semanas correré la primera edición del Medio Matatón Ribeiro Solidario, patrocinada por las bodegas Viña Costeira. Por lo que veo en la lista de inscritos, vamos a estar muchos amiguetes. Es el domingo de carnaval.

No acaba de gustarme salir a entrenar por la mañana. Me gustan las carreras por la mañana, pero los entrenos los prefiero por la tarde o por la noche. Hoy voy a hacer el largo dominical sobre las 6. Un par de horitas de trote. Voy justito de kilómetros semanales pero tampoco quiero llegar primero en el maratón y dejar en ridículo a los keniatas.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Papá Noel Runner

Estaba Papá Noel sentado en su sillón, con aire pensativo, descansando tras haber terminado con la entrega de todos los regalos de Navidad, cuando uno de los elfos se le acercó con una gran sonrisa. Papá Noel levantó la mirada y vió que el elfo llevaba en las manos un paquete envuelto en papel de colores y con un enorme lazo, y que detrás de él venían todos los elfos que habían participado en la campaña 2010. El elfo le ofreció el regalo y Papá Noel lo aceptó con una sonora risotada, agradeciendo a todos el detalle. Despacio, muy despacio, abrió el paquete y descubrió unas flamantes Brooks Adrenaline GTS 11, unas mallas largas New Balance, una camiseta técnica Nike y un gorro Asics. Papá Noel estaba francamente sorprendido. Debajo de todo había una hoja con un plan de entrenamientos para iniciarse en el running, de Rodrigo Gavela. Papá Noel levantó la mirada y no se pudo resistir a las miradas ilusionadas y expectantes de los elfos. Les agradeció los regalos y prometió usarlos.

Al día siguiente, Papá Noel cumplió su promesa. Enfundado en tan extraña indumentaria, se puso a trotar en la noche ártica. A los diez minutos tuvo que parar. Se sentía cansado pero extrañamente emocionado con lo que acababa de hacer. Las agujetas no le permitieron salir al día siguiente... ni al siguiente... ni al siguiente. Al cuarto día los elfos le estaban esperando para compartir un rato con él y consiguió, entre andar y correr, estar durante algo más de media hora en movimiento.

A mediados de abril, Papá Noel salía a correr 5 días por semana. Había bajado unos kilos y se le veía contento. Se animó a participar en su primer diez mil, que se celebraba en Iisalmi, a unos pocos kilómetros del Ártico. Llegó entre los últimos pero volvió al Polo Norte muy satisfecho y con una preciosa camiseta técnica conmemorativa de la prueba.

Al llegar el mes de agosto, se animó a ir a Alaska y participar en un medio maratón, con el aliciente de que se llamaba el Santa Claus Half Marathon. No quedó tan mal. Por entonces ya había tenido que cambiar las zapas y tenía una pequeña colección de camisetas técnicas, desde la talla XXXL de su primera carrera hasta la XL de la última. No corría solo. Un grupo de elfos lo acompañaban e incluso habían formada un club de atletismo y se habían federado. Se hacían llamar el C.A.R. Navideño.

Cuando llegaron las fechas de empezar con la preparación de la campaña Navidad 2011, Papá Noel dejó de participar en carreras pero no de salir a entrenar. En diciembre, le echó el ojo a su primer maratón, que iba a tener lugar en el Polo Norte en el mes de abril. Decidió empezar a entrenar en cuanto terminara con la campaña navideña.

Este año, Papá Noel montó en su trineo calzando sus zapas. Este año no se iba a quedar atrapado en una chimenea como le había pasado el año anterior. Y, este año, le tiene un especial cariño a los corredores. Espero que se haya portado bien con todos vosotros.

Felices fiestas a todos.

Un abrazo enorme,

Khene

domingo, 11 de diciembre de 2011

Impulso, inercia y voluntad

Hace unos minutos que he llegado de correr (eran unos minutos cuando empecé a escribir esto. Ahora son un par de horas). Fue un rodaje nocturno de unos 10 kilómetros y unos pocos cientos de metros. Al terminar estaba empapado y aterido, con el cuerpo enrojecido por el frío. Necesité una buena dosis de ducha con la temperatura del agua al máximo para recuperar el color y el calor. Eso sí, tras los pertinentes estiramientos.

Salí con la misma ropa que hubiera llevado un día de verano y, hasta que estuve en la calle, no recordé que llevaba lloviendo toda la tarde. Me alejé un poco del portal y estuve observando como se movía la hierba agitada por el viento mientras el Forerunner cogía los satélites. En cuanto estuvo listo, pulse el botón del crono y me puse a correr.

Durante la hora y poco que estuve corriendo, estuve pensando en un montón de cosas, con la música de la radio como banda sonora. Pensé en el chollo, en las cosas que tengo que hacer mañana y en cómo organizar el trabajo para que todo funcione con mayor fluidez. Pensé en una pareja de amigos que se están divorciando y en cómo la vida puede dar un giro radical en tan sólo unos días (o en unas horas, o en una décima de segundo, como decía la canción). Pensé en que las Saucony se estaban comportando muy bien bajo la lluvia: ni había resbalado en la piedra y terminado en el río, ni me había deslizado sobre las hojas que alfombraban parte del recorrido. También pensé en cómo las cosas comienzan con un paso, con un impulso, con un arranque de valor (o de genio).

El cuerpo nos lo pide, es algo casi irracional: salir a correr bajo la lluvia, arrancar en una carrera, empezar a correr en un maratón, ¡necesito correr! Un «allá vamos» en silencio o en voz alta y nos ponemos en marcha. Incluso tenemos que frenarnos un poco, que vamos un poco lanzados de más. Al cabo de unos minutos nos ponemos en modo «automático». Pie tras pie, zancada tras zancada, vamos dejando atrás los metros y los kilómetros. Nos movemos por inercia. No somos conscientes de lo que vamos avanzando mientras oímos música, charlamos con el compañero, pensamos u observamos el camino o el paisaje. Cuando llevamos mucho tiempo corriendo o a un nivel muy intenso, llega un momento en que las fuerzas flaquean, el cansancio aumenta y comenzamos a sufrir. A pesar de lo que diga Newton, la inercia deja de funcionar. El impulso ya quedó atrás y es nuestra cabeza, nuestra voluntad la que toma el control: recuento de daños y dolores varios, nivel de cansancio, estado del cuerpo, distancia y tiempo hasta alcanzar el objetivo, necesidad de relajar (o no) el ritmo, nivel de deshidratación, ... ¿Cómo si no terminaríamos un maratón? ¿O cómo daríamos terminado ese duro entrenamiento cuando el cuerpo nos pide que paremos y continuemos caminando?

Son los tres pilares del corredor: Impulso, inercia y voluntad. Y no siempre en este orden. Como en la vida misma. Como en el amor. Como en la mecánica clásica.

    Leyes de Newton aplicadas a los corredores
  • Todo corredor en reposo permanecerá en reposo hasta que reciba un impulso que lo haga ponerse en movimiento.
  • Todo corredor en movimiento permanecerá en movimiento gracias a su inercia si no se aplica una fuerza de dolor o cansancio contraria a la del movimiento.
  • Todo corredor en movimiento que esté sufriendo una desaceleración necesita una fuerza de voluntad igual a la que produce la desaceleración para continuar en movimiento.
Si Newton levantara la cabeza... me tiraría una manzana a la mía.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Somos como niños

¡Vaya resfriado que he pillado! Dolor de garganta, moquera, estornudos, ... Esta mañana, como parecía que estaba mejor, fui a nadar un rato a la piscina municipal. Y sí, dentro de mis limitaciones, nadé sin fatigarme más de lo habitual. Después estuve haciendo recados, aprovechando que la empresa donde trabajo hacía puente. Por la tarde, después de comer, me volvieron todos los síntomas. Hasta tenía los ojos un poco llorosos y la nariz empezaba a tomar un ligero color encarnado. En cuanto cayó la noche, me vestí con la malla corta, con una camiseta técnica de manga corta y salí a rodar un rato en la noche fría, bajo unos nubarrones amenazantes.

Sorprendentemente, me encontré muy bien. La rodilla está recuperada en un 90% y el resfriado remitió durante la hora que estuve corriendo. Respiraba bien y no notaba cansancio. La diferencia con un catarro de pecho, es que mi resfriado me congestiona las fosas nasales y me da dolor de garganta, pero los pulmones están libres de mucosidad. Incluso terminé el entreno con la segunda mitad un poquito más rápido que como lo empecé. No lo sé exacto porque fui sin crono ni GPS. El aire fresco le sentó de maravilla a mi garganta inflamada.

Creo que los corredores somos un poquito como niños que hacen lo que no se les permitía hacer de pequeños. Salimos a la calle enfermos, poco abrigados, de noche, por caminos mal iluminados, pisando charcos de agua o barro, nos gusta mojarnos cuando llueve y tampoco nos importa demasiado el granizo o la nieve. Llevamos calzado de marca que cuesta un pastón y que no llega a durarnos un año. Nuestras madres deben de estar escandalizadas por todo lo que hacemos. Menos mal que sólo se enteran de parte de nuestras locuras y que no llegan a saber del todo cómo llegamos a rozar la deshidratación, cuántas veces nos alcanza el agotamiento, cómo llegamos a sufrir de manera agónica en una carrera y cuántas veces apretamos los dientes y nos obligamos a seguir cuando el cuerpo dice basta. A lo mejor sí lo saben y piensan que qué han hecho mal para que hayamos salido así. Ojalá lo hagamos nosotros igual de mal con nuestros hijos.

sábado, 3 de diciembre de 2011

The Cat is Back... o casi

Desde el primer momento en que la vi me pareció muy atractiva. Ese volumen trasero y la forma en que la gente se relacionaba con ella le daba un aire de distinción. Sus movimientos eran suaves y elegantes, casi felinos. Yo la miraba de reojo y cuando finalmente me armé de valor, me atreví a acercarme a ella. La observé con atención y, cuando comprendí cómo debía interactuar con ella, tuve mi primer contacto con la bicicleta elíptica.

Me subí a los pedales, así los cuernos con las manos y comencé a mover los pies. Los primeros pasos fueron lentos e inciertos. Mis piernas se negaban a seguir el ritmo marcado por la elíptica y tuve la certeza de que en el asfalto corría mal, como cojeando. Poco a poco le fui cogiendo el tranquillo y educando mi ritmo. A diferencia de la bici estática, la elíptica lleva una inercia que obliga a seguir un ritmo regular, tan importante en la carrera de fondo. Pronto se me cansaron los cuádriceps y descubrí mi segundo error: la postura del cuerpo no era la adecuada y forzaba las piernas más de lo que debía. Fui corrigiendo también ese error. Ahora ya no me pasa. Busqué información sobre las funcionalidades de la elíptica y me enteré de que el movimiento imita el esquí de fondo, aquel que practicaba José María Aznar antes de que su Personal Coach transformara sus abdominales en una tableta de chocolate. También leí que se debía adoptar una postura en que no se cargara la espalda. Como mi ritmo ya era bastante regular, di un paso más y comencé a usar la elíptica sin apoyar las manos. La espalda llevaba ahora una postura más natural. El movimiento lo iba equilibrando con los brazos, como si fuera andando (o corriendo). Esto me mostró otro error en mi forma de correr: la falta de equilibrio.

Fui corrigiendo estos defectos y descubriendo nuevas formas de usar la elíptica. Además de correr hacia adelante, comencé también a usarla hacia atrás. De esta manera, además de trabajar los cuádriceps, también trabajo los isquiotibiales. También sin manos, por supuesto. Últimamente estoy comenzando a trabajar la propiocepción. Cierro los ojos mientras estoy en la elíptica pero no soy capaz de aguantar mas de 2 ó 3 minutos sin perder el equilibrio. Poco a poco.

Estoy arrancando de nuevo con los rodajes. El 18 de diciembre tengo intención de correr la Monumental de Lugo y veré qué sensaciones tengo. Como debo recuperar el fondo, los entrenos los voy haciendo por pulsaciones, lentamente, con intención de bajarlas. El domingo corrí 50 minutos, a 140 PPM. El lunes hice Stretching Global Activo durante media hora. El martes, curso de natación y 20 minutos de elíptica. ¡Qué difícil es nadar bien a braza! El miércoles, una hora de carrera contínua a 150-155 PPM. Al llegar a casa, ejercicios de cuádriceps en excéntrico. El jueves, curso de natación, elíptica y cuádriceps en máquina en el gimnasio de la piscina. El viernes, 65 minutos de rodaje aeróbico, 145-155 PPM, y ejercicios de cuádriceps en excéntrico. Por supuesto, siempre termino con estiramientos. Estoy sorprendido por la mejoría en los estiramientos de isquios. Tengo los músculos mucho más flexibles que antes. Parece que el SGA va dando resultado. 

El rodaje de hoy no fue de carrera continua en el más puro sentido de la expresión. Cuando iba por el kilómetro 5 y pico, justo cuando iba a cambiar de sentido, suena el móvil. Era mi hermana. Me preguntó: «¿Estás corriendo?». Le contesté: «No, estoy haciendo el amor con mi mujer». Nos echamos los dos a reir, más aún cuando le conté que le había dicho algo parecido a una pesada que me ofrecía cambiar de operadora de móvil y que no entendía que no me interesaba su oferta. Tras la charla con mi hermana, volví a intentar coger el ritmo que llevaba. Las pulsaciones habían bajado a ciento treinta y pico. A los dos minutos vuelve a sonar el móvil. «¿Qué se le habrá olvidado?», pensé. Pues no. Era de la consulta del dentista recordándome la cita anual para la limpieza de la piñata. Aunque no le dije nada, supongo que mis jadeos intentando correr y hablar por teléfono al mismo tiempo la debió de dejar un poco desconcertada. Al menos, eso me pareció por el tono de voz. Las pulsaciones bajaron otra vez y, aunque alcancé de nuevo las 150 PPM, no fui capaz de recuperar el ritmo.

A ver si voy cogiendo fondo de nuevo. En el curso de natación casi me da vergüenza comprobar con qué facilidad me fatigo. Espero que la cosa cambie en un par de meses.