Hace unos minutos que he llegado de correr (eran unos minutos cuando empecé a escribir esto. Ahora son un par de horas). Fue un rodaje nocturno de unos 10 kilómetros y unos pocos cientos de metros. Al terminar estaba empapado y aterido, con el cuerpo enrojecido por el frío. Necesité una buena dosis de ducha con la temperatura del agua al máximo para recuperar el color y el calor. Eso sí, tras los pertinentes estiramientos.
Salí con la misma ropa que hubiera llevado un día de verano y, hasta que estuve en la calle, no recordé que llevaba lloviendo toda la tarde. Me alejé un poco del portal y estuve observando como se movía la hierba agitada por el viento mientras el Forerunner cogía los satélites. En cuanto estuvo listo, pulse el botón del crono y me puse a correr.
Durante la hora y poco que estuve corriendo, estuve pensando en un montón de cosas, con la música de la radio como banda sonora. Pensé en el chollo, en las cosas que tengo que hacer mañana y en cómo organizar el trabajo para que todo funcione con mayor fluidez. Pensé en una pareja de amigos que se están divorciando y en cómo la vida puede dar un giro radical en tan sólo unos días (o en unas horas, o en una décima de segundo, como decía la canción). Pensé en que las Saucony se estaban comportando muy bien bajo la lluvia: ni había resbalado en la piedra y terminado en el río, ni me había deslizado sobre las hojas que alfombraban parte del recorrido. También pensé en cómo las cosas comienzan con un paso, con un impulso, con un arranque de valor (o de genio).
El cuerpo nos lo pide, es algo casi irracional: salir a correr bajo la lluvia, arrancar en una carrera, empezar a correr en un maratón, ¡necesito correr! Un «allá vamos» en silencio o en voz alta y nos ponemos en marcha. Incluso tenemos que frenarnos un poco, que vamos un poco lanzados de más. Al cabo de unos minutos nos ponemos en modo «automático». Pie tras pie, zancada tras zancada, vamos dejando atrás los metros y los kilómetros. Nos movemos por inercia. No somos conscientes de lo que vamos avanzando mientras oímos música, charlamos con el compañero, pensamos u observamos el camino o el paisaje. Cuando llevamos mucho tiempo corriendo o a un nivel muy intenso, llega un momento en que las fuerzas flaquean, el cansancio aumenta y comenzamos a sufrir. A pesar de lo que diga Newton, la inercia deja de funcionar. El impulso ya quedó atrás y es nuestra cabeza, nuestra voluntad la que toma el control: recuento de daños y dolores varios, nivel de cansancio, estado del cuerpo, distancia y tiempo hasta alcanzar el objetivo, necesidad de relajar (o no) el ritmo, nivel de deshidratación, ... ¿Cómo si no terminaríamos un maratón? ¿O cómo daríamos terminado ese duro entrenamiento cuando el cuerpo nos pide que paremos y continuemos caminando?
- Todo corredor en reposo permanecerá en reposo hasta que reciba un impulso que lo haga ponerse en movimiento.
- Todo corredor en movimiento permanecerá en movimiento gracias a su inercia si no se aplica una fuerza de dolor o cansancio contraria a la del movimiento.
- Todo corredor en movimiento que esté sufriendo una desaceleración necesita una fuerza de voluntad igual a la que produce la desaceleración para continuar en movimiento.
Leyes de Newton aplicadas a los corredores
Si Newton levantara la cabeza... me tiraría una manzana a la mía.
5 comentarios:
Grazas por esta fermosa e científica crónica.
Grazas a ti por ler a khenesfera ;D
Buena entrada, amigo! Me apunto esta interpretación de Newton. Yo por ahora tengo el impulso, pero me falta inercia y voluntad para atreverme con los 42. Espero que esa rodilla siga mejorando. Un abrazo.
Si tienes el impulso, la inercia viene sola. Y la voluntad seguro que también la tienes ;)
Gracias estaba de afán con una tareae sirvió de mucho
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