domingo, 10 de febrero de 2013

Un Ladrillo sobre el Agua

El agua es un elemento misterioso para la mayoría de los corredores. No es lo mismo pararse a descansar en el arcén de una carretera que hacerlo en el mar, a 500 metros de la orilla. Películas como Tiburón, Piraña y otras del estilo tampoco es que ayuden mucho a animarnos a nadar en el mar. Todo son problemas: El agua de mar está fría y mojada, no puedes llevar un móvil contigo por si te da un calambre, no puedes pararte a descansar, si te da un apretón ¿qué haces?, no hay fuentes para beber ni puedes llevar el botellín de isotónica y, ¿dónde coño metes la llave del coche, ahora que todas llevan integrado el mando a distancia?


Aprendí a nadar el siglo pasado, casi casi en la prehisteria, a la tierna edad de 6 añitos. Iba con el colegio al Real Club Náutico de Vigo donde se los monitores se esforzaban en intentar enseñarme las nociones básicas de la natación. Mentiría si dijera que me encantaba el agua y todas esas cosas. La verdad es que me parecía agotador. Por entonces aprendíamos a nadar sin gafas de piscina y no me gustaba nada nada nada eso de que me entrara el agua en los ojos. Había que acostumbrarse al cloro pero yo siempre fui muy delicadito con la vista (mi padre estaba hasta los huevos de que en todas las fotos saliera con los ojos cerrados porque me molestaba la luz del sol, costumbre que todavía no he abandonado) y me picaban muchísimo los ojos. Así como en las artes marciales van consiguiendo cinturones, nosotros íbamos consiguiendo caballitos de mar. Nos daban unas figuritas de plástico que se cosían en los bañadores. Yo llegué a tener el «caballito azul» pero creo que no me lo merecía. Pasó el tiempo y me olvidé de lo poco que había aprendido...


Hace año y medio me animé a ir a la piscina. Los primeros momentos fueron desoladores. Descubrí que no tenía ni idea de nadar a ninguno de los estilos y que me costaba un montón completar los 25 metros de largo de la piscina. Mi monitora Mónica tiene muuuucha paciencia y poco a poco fue enseñándome los rudimentos de la natación. Los meses fueron pasando y mi técnica fue mejorando. Ahora estoy en el proceso de aprender a nadar a mariposa pero me he dado cuenta (yo solito, ¿¡eh!?) de que hay unos elementos comunes a todos los estilos y que voy a dejar plasmados en la khenesfera.

No voy a escribir de cómo se nada ni de cómo debe ser la técnica, que para eso hay miles de webs y de vídeos en Youtube. Voy a escribir sobre mis impresiones, que pueden estar equivocadas y me encantará que me corrija quien sabe más que yo, pero que son lo que mi pobre raciocinio tiene a bien entender. Lo primero que hay que saber es que flotamos. Bueno, no es del todo cierto. Flotamos mientras tengamos aire en los pulmones. Con los pulmones vacíos nos hundimos. Peor todavía si eres como yo, que no soy capaz de hacer «el muerto» en el agua dulce. Por lo tanto, si quieres mantener la flotabilidad hay que ir soltando el aire poco a poco y el resto justo antes de tomar la siguiente bocanada. En segundo lugar, hay que adoptar la postura más hidrodinámica posible. Ponte de pie en medio de tu habitación pero no debajo de la lámpara. Cierra las piernas, levanta los brazos, une las palmas, mira hacia donde se une la pared con el techo, ponte de puntillas y trata de tocar el techo. Esa es LA POSTURA. Cuando nades, estira el cuerpo y procura que tu postura se parezca lo más posible a la de tocar el techo. Claro que por muy hidrodinámica que sea la postura, si no te impulsas no avanzas. Es obvio que, para que la brazada sea eficaz, la superficie de la mano con la que te impulsas debe ser lo mayor posible (abierta y relajada), moverse con la mayor velocidad posible (sin llegarte a agotar) e impulsar el agua en el sentido opuesto al del avance. Si impulsamos en otra dirección, el impulso es menos eficaz. Ah, ¿que parte de la brazada la destinamos a mantenernos a flote? No hace falta, ya sabemos que flotamos. Sólo necesitamos impulsarnos hacia adelante.


Así que ya nadamos tiesos como tablas impulsando perfectamente el agua hacia atrás. ¿Qué nos falta? Pues aplicar un poco la dinámica de fluidos. Cuando tiramos una piedra al agua se producen ondas que se desplazan a una velocidad más o menos lenta. Esas olas se van acumulando delante de nosotros al igual que sucede en la proa de un barco. Cuando los barcos navegan van dejando una estela cuyo semiángulo (la mitad del ángulo) se llama ángulo de match. El seno de ese ángulo nos da la relación entre la velocidad de desplazamiento de la onda y la velocidad de avance de la fuente (proa del barco, nadador, etc). Lo mismo ocurre con los aviones y la rotura de la barrera del sonido pero eso lo dejo para cuando aprenda a volar. El caso es que nosotros avanzamos más rápido que las ondas que generamos por lo que se forma una barrera de agua que se opone a nuestro avance. ¿Qué podemos hacer? ¡Romperla, por supuesto! Para romperla lo mejor será utilizar la mano con el brazo estirado. En el mar, en aguas abiertas, también podemos utilizar a otro nadador que vaya delante de nosotros. Él ira rompiendo esa barrera y el agua que estuvo en contacto con su piel tiene una cierta velocidad en el sentido de avance, lo que nos facilitará nuestro desplazamiento. A eso se le llama nadar a drafting o nadar a estela. Por eso también avanzamos más rápido buceando que nadando en superficie y los submarinos van sumergidos siempre que pueden (como muy bien sabía Hill Taylor).


Ahora sólo nos queda practicar, practicar y practicar. Horas y horas de técnica, técnica y técnica para ir puliendo nuestros defectos, deslizar sobre el agua, perfeccionar nuestro estilo e irnos pareciendo cada vez más a Johnny Weissmuller y salvar a la chica cuando esté en peligro.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

puff , solo de leerte ya se me quitan las ganas de hacer "técnica de piscina" ,aunque no se , habría que ver a Monica.
Pedro.

khene dijo...

Mira quien fue a hablar. El q se mete en las zapas tropecientos kilómetros y le saben a poco jajaja

University of Phoenix dijo...

thanks for the wonderful post...
University of Phoenix