sábado, 25 de febrero de 2012

Mi bronquitis y yo



Había una vez un hermoso catarro que decidió residir en el cuerpo de un corredor. Puesto que se encontraba cómodo y era un virus ambicioso, en pocos días había edificado en los bronquios del corredor una hermosa colonia que bautizó con el nombre de «Urbanización Bronquitis». La vida en los bronquios era una fiesta constante. Poquito a poco los bronquios fueron asfaltados consiguiendo así reducir enormemente el caudal de esas molestas corrientes de aire que fluían con regularidad camino de los pulmones. Los virus que se hacían viejecitos se quejaban mucho de que sentían un poco de frío por lo que los encargados del bienestar de la colonia aumentaron la temperatura corporal del corredor un par de grados. El corredor comenzó a sentirse ligeramente indispuesto y no salió a correr. Como sus anticuerpos no eran capaces de combatir eficazmente la invasión vírica, el corredor introdujo en su cuerpo a unos nuevos amigos: el Ibuprofeno, la Acetilcisteína y, cuando era necesario, la Terbutalina, más conocida por su nombre de guerra: «Terbasmin».

Casi dos semanas necesitaron los anticuerpos y las fuerzas de choque externas para echar del cuerpo del corredor a la estirpe vírica. Sólo quedan unos tosidos y unas pequeñas molestias en el fondo de la garganta. El corredor, que ya llevaba una semana de parón antes de que la invasión vírica tuviera lugar, le sumó otros 7 días de dique seco que al final se convirtieron en 3 semanas. Un atisbo de depresión maratoniana comenzó a gestarse en el corazón del corredor. Era demasiado tiempo sin correr y había que empezar desde cero a poco más de 8 semanas del Maratón de Madrid. El corredor no sabía qué hacer y la negra sombra de un mal presagio comenzaba a cernirse sobre él. 

El fin de semana en que se cumplían las dos primeras, el corredor, o sea yo, tuve un encuentro y una charla con mi amigo Banderas. Todavía muy congestionado y con el ánimo bastante hundido conversamos al tiempo que las comparsas de carnaval llenaban de luz y color las calles de la ciudad. Quiso la buena fortuna que le preguntara cómo llevaba los entrenos para el maratón a lo que él me contestó que todavía no había empezado, que seguiría su plan de siempre de 8 semanas de entrenamiento. En ese momento tuve una epifanía khenesférica. Los cielos se abrieron y comenzaron a sonar cánticos celestiales mientras que, casi oculto por una intensa luz blanca, se me apareció Gebrselassie, el maratoniano de la eterna sonrisa, rodeado de Bekele, Bikila, Martín Fiz, Abel Antón, Chema Martínez, Pedro Nimo, Chema «Wottle» y Miguel «Ojordo». «¡Coño, Miguel, ¿qué hacéis Chema y tú en mi epifanía?!», le pregunté. A lo que él me respondió encogiendo los hombros y sonriendo mientras que Chema hacía un gesto con el dedo índice sobre sus labios, indicándome que me callara y que prestara atención al maestro Gebr. En ese momento pasó una comparsa haciendo una tamborrada y, con el ruido, no entendí muy bien lo que Gebr me decía. Primero creí que era la voz de  Joaquín Guzmán diciendo «Bienvenido a la Gramola. Ésta es tu elección» Pero pronto me di cuenta de que había dicho algo así como que ese era el plan que debía seguir yo. La visión se extinguió al tiempo que pasaban tres docenas de Navii de Avatar y comprendí que sí, que tenía razón, que tenía 8 semanas para preparar el maratón según el plan de Marta Fernández de Castro.


El jueves, razonablemente curado, fui a la piscina. El viernes, 10 km suaves, expulsando los restos de las miasmas. El sábado, 15 km en bici con mi hijo por las márgenes del río Mero, escupiendo los mosquitos que volaban al atardecer. Mañana, 20 km muy suaves. Y el lunes comienzo el nuevo plan. Muchas gracias, meu (va por Banderas, no por Gebrselassie). ¡¡¡Arrancamos de nuevo!!!

miércoles, 8 de febrero de 2012

Un maratón, un capricho

Hay un chiste de Eugenio sobre un hombre al que le gustaba mucho jugar al póker y perder. Otro hombre le preguntaba si no le gustaba también ganar, a lo que él contestaba: «¿Ganar? ¡Ganar debe de ser la hostia!». A mí, como a la mayoría de los corredores, me encanta participar en carreras y perder. ¿Y ganar? ¡Ganar debe de ser la hostia! Y bien, ¿por qué participamos en una competición en la que estamos seguros de que no vamos a ganar, ni siquiera a conseguir un tercer puesto (ni un puesto trescientos o tres mil, según la carrera)? Porque compito con otros compañeros (que tampoco van a ganar) a los que les puedo vencer, pensarán algunos. Porque compito conmigo mismo, dirán otros. Porque lo importante es participar, dirán los más deportivos. No nos engañemos. Participamos en una competición porque NOS DA LA GANA. Porque  queremos y podemos y por tanto lo hacemos. Nos gusta la sensación de correr entre más corredores y de sentir que nos hemos esforzado en terminar una distancia en el menor tiempo posible. Nos gusta pasar a otro corredor aunque a nosotros nos hayan adelantado otros cincuenta. Nos complace hablar con otras personas que comparten con nosotros una afición y argot común: que si tantos minutos por kilómetro, que si el recorrido picaba para arriba y tenía toboganes en los últimos kilómetros, que salvo alguna tachuelita la primera parte se hacía muy bien, que si el Fore me marcó metros de menos, que si he hecho MMP y no me subieron las PPM, que si bien de sensaciones pero un poco tocado de pecho, que si se me subió un gemelo justo en la primera alfombra, que si me dio flato, que si tomé un gel, que si prefiero una barrita, que si tengo chip amarillo, que si voy a estirar isquios, ...

Primero nos atrevemos con nuestra primera carrera, un 10000 habitualmente o una distancia algo inferior. Es una carrera muy especial y la hemos elegido según criterios personales. Tras la primera, viene la segunda, la tercera y nos vamos aficionando. Según vamos ganando confianza, comenzamos a pensar en asaltar el siguiente reto: ¡correr un medio maratón! 21 kilómetros no es una tontería y precisa un poco más de esfuerzo y de entrenamiento pero es una distancia asequible. Conquistamos nuestro primer medio maratón y, a los pocos meses, correr una media se convierte en algo parecido a salir de paseo. Las distancias se contraen y nuestra percepción de los kilómetros se vuelve distinta a la del resto de los mortales. Cuando sales a entrenar y «sólo» haces 10 kilómetros, te sabe a poco. Los 15 ó 18 kilómetros de tirada larga de los domingos por la mañana, empiezan a quedarse escasos. Quieres más. Necesitas más. De pronto, una chispa que te rondaba por la cabeza empieza a hacerse más grande. El siguiente paso está ahí, la meta que te consolidará como corredor de fondo, que te permitirá entrar en el Valhalla de los runners, tu próximo objetivo: ¡Correr un Maratón!


¿Por qué corremos un maratón? ¿Por qué entrenamos para correr un maratón? ¿Por qué empleamos tantos cientos de horas en preparar una única carrera? ¿Por qué participamos en una competición que sabemos que no vamos a ganar? La respuesta vuelve a ser la misma: ¡PORQUE NOS DA LA GANA! Porque queremos y podemos y por tanto lo hacemos. Es un capricho. Nos apetece entrenar como burros durante 3 ó 4 meses para llegar a la fecha señalada en el calendario con un gran círculo rojo y correr 42 kilómetros y pico con otros caprichosos como nosotros. Porque queremos sentir los ánimos de los espectadores, aunque sabemos que sólo están animando para no aburrirse mientras esperan a que pasen sus conocidos o cuando les demos pena por nuestra cara rota por el esfuerzo, la angustia y el dolor. Porque queremos visitar la feria del corredor y ver de cerca a los keniatas y a los grandes atletas. Porque nos gusta viajar y pasar un fin de semana en otra ciudad. Y no lo hacemos para que nadie nos admire, ni por vanidad, ni para ganar nada, ni para superarnos a nosotros  mismos. Lo hacemos porque nos apetece, porque es un capricho, porque nos sentimos capaces de hacerlo, porque un home é un home, un gato é un bicho, un garabullo é un pau e un maratón... un capricho.

domingo, 5 de febrero de 2012

Entrenamiento largo invernal

A punto de meterme en la ducha con el doble propósito de asearme y de quitarme el frío tras el entrenamiento de hoy, observo una mancha oscura sobre la uña de un pulgar. ¡No puede ser! ¿Una uña negra? Le doy con el dedo y la mancha sale. Ufffff. Qué alivio. Era barro. Claro que, con barro en una uña del pie, puedes hacerte una idea de como fue el entrenamiento.

Salí de casa bien pertrechado, con camiseta térmica, pantalón pirata y chubasquero. Pensé en llevar un pantalón más cálido pero, ya sabes, si llueve... Y llovió. Al principio suave, luego más intensamente. El objetivo es hacer dos horas y cuarto, muy suaves, para completar unos 20 kilómetros.

Comencé mi singladura río arriba, por un camino de tierra bordeado de juncos. Me crucé con otro corredor y me saludó. Entiendo que eso es lo normal pero habitualmente los corredores de por aquí no responden a los saludos. Miran al frente, como si no te hubieran oído y siguen adelante. No sé si tendrán algún déficit hormonal en el sistema saludatorio o si simplemente son un poquito maleducados. En este caso fue el saludo habitual de un corredor entrenando, saludando a otro corredor entrenando. Un poco más adelante noté olor a zorro. Debía de haber alguno por allí cerca. Sigo río arriba, pendiente de la hora. Por aquel camino no hay luz y comencé el entrenamiento a las seis y pico de la tarde. Si me despistaba iba a quedarme a oscuras. Me cruzo con otro corredor que también responde a mi saludo. No doy crédito. Llego al primer obstáculo. Al ser un camino muy apetecible para los ciclistas, allí donde había un charco se ha convertido en un barrizal, o como se dice en mi tierra, nunha lameira. Busco por donde pasar manchándome lo menos posible. Este gesto se repetirá innumerables veces a lo largo del camino de tierra. A veces pude esquivarlo, a veces tuve que pisar por el barro y, a veces, preferí pisar por el agua, siendo ésta la opción menos mala.

Llegado al punto que el sentido común me indicó, di la vuelta y comencé a bajar por la margen izquierda del río. Llevaba un buen rato sin cruzarme con nadie cuando apoyé el botellín de isotónica sobre una estructura de madera y me acerqué a un matorral a orinar. Como no podía ser de otra manera, por la curva apareció un corredor. Recogí el botellín y seguí corriendo. Nos saludamos (increíble! Tengo que entrenar más a menudo por ahí)y vi que por la curva aparecía un perro y detrás una chica. Siempre pasa lo mismo. Basta que necesites un instante de intimidad para que empiece a aparecer gente.

Todavía había suficiente luz de día cuando enfilé los últimos metros de aquel camino fluvial. De repente, un conejo enorme cruzó el camino. ¡Corre, amigo, que por aquí cerca hay un zorro! No vi al zorro y el conejo se escabulló bajo unos tojos. El Fore marcaba 9 km. Me quedaban 10. Había dado la vuelta demasiado pronto y no iba a hacer los 20 que tenía pensado. Tampoco iba a hacer nada especial para completar esa cifra. Continué por mi camino habitual, río abajo. La lluvia comenzó a arreciar. Llego a la desembocadura del río, donde sus aguas se mezclan con las del mar. Termino el botellín de Isostar (era la primera vez que lo tomaba) y descubro que me está dando ardor de estómago. Es la primera vez que me sucede con una bebida isotónica (y he bebido muchas) y ha tenido que ser precisamente con Isostar. Mi isotónica favorita sigue siendo Gatorade. Me cruzo con otro corredor. No responde al saludo. Es un misterio. Me crucé con otros 3 y sucedió lo mismo. Voy a tener que llamar a Jiménez del Oso. Ay, no, que está muerto. Bueno, pues a Iker Jiménez para que resuelva el misterio.

Últimos kilómetros a ritmo lentorro. El chubasquero está chorreando, tengo los pies empapados y los muslos helados. El viento viene de lado, con el frío siberiano ese del que hablan en la prensa. Pero me encuentro bien. No estoy cansado y la respiración es normal. No llevo pulsómetro pero, por sensaciones, voy por debajo de las 140 PPM. Llego a casa. 19 km y un poquito para un par de minutos por debajo del objetivo propuesto. Ahora a estirar y a la ducha, que por hoy ya he cumplido.

Invierno en la Khenesfera

Dentro de poco será primavera en El Corte Inglés pero en la Khenesfera todavía estamos en pleno invierno. Escribiré un post a vuelapluma para actualizar estado y sensaciones.

Como todo, la vida 2.0 también va evolucionando y cambiando. Aunque ya hacía un tiempo que tenía abierto mi perfil de Facebook últimamente le he cogido gustillo. Es fácil encontrarme como Khene Runner. Como contrapartida, he reducido mi presencia en blogs y el foro de CenG.

Este mes de enero he participado en el Medio Maratón de Viana do Castelo. Me marqué un objetivo de ritmo y cumplí mis expectativas: 1h52', a 5'20"/km. Tuve un pequeño problema de deshidratación. Aunque bebí bastante durante la carrera, no salí bien hidratado. Y los fallos se pagan... con malestar y dolor.

Estoy entrenando para el maratón de Madrid, un año más. Será la quinta vez que participe. El otro día leí que estaba considerado el maratón más duro de España. No sé si habrá uno más duro pero a éste le llega bien (qué expresión más gallega). Llevo un mes entrenando. A la dureza de entrenar en invierno, este año hay que añadirle las vueltas que le voy dando a la cabeza a mi problema de rodilla. No quiero que un capricho como correr un maratón (al fin y al cabo es un capricho porque ni lo voy a ganar ni tengo necesidad de hacerlo ni va a mejorar mi vida ni la de los que me rodean) me deje con problemas de rodilla para el resto de la vida. Creo que he entendido lo que mi fisio me quería decir. El problema viene porque mi rodilla es poco estable. Al doblarla, la articulación hace una "ese". Tengo que seguir fortaleciendo y haciendo ejercicios para aprender a doblar bien la rodilla.

Dentro de dos semanas correré la primera edición del Medio Matatón Ribeiro Solidario, patrocinada por las bodegas Viña Costeira. Por lo que veo en la lista de inscritos, vamos a estar muchos amiguetes. Es el domingo de carnaval.

No acaba de gustarme salir a entrenar por la mañana. Me gustan las carreras por la mañana, pero los entrenos los prefiero por la tarde o por la noche. Hoy voy a hacer el largo dominical sobre las 6. Un par de horitas de trote. Voy justito de kilómetros semanales pero tampoco quiero llegar primero en el maratón y dejar en ridículo a los keniatas.