Hace poco leí que la inteligencia humana evoluciona y avanza gracias al denominado «efecto trinquete». Consiste en que lo que aprendemos nos sirve de base para adquirir nuevos conocimientos y que, aunque olvidemos cosas, después es mucho más fácil volverlas a aprender.
Nuestra forma física también evoluciona mediante el mismo mecanismo. Podemos perder musculatura, resistencia física, «fuelle» pero, cuando volvemos a arrancar, no partimos de cero. Nuestras piernas saben cómo correr y nuestro cerebro nos dice cómo hacerlo, cómo regular, cómo progresar. Nuestro corazón y nuestros músculos no han perdido del todo la hipertrofia y las debilitadas fibras musculares son las mismas que resistieron los duros entrenamientos de hace unos meses.
Puede ocurrir que nuestra memoria nos juegue una mala pasada y que el cuerpo nos pida más «caña» de lo que podemos/debemos tras un largo periodo en el dique seco. Pero las sensaciones nos ponen en nuestro lugar: las agujetas del primer día, el pecho que no «tira», el corazón que se desboca. En un par de días ya nos hemos regulado y volvemos a sentirnos corredores. Quizá con un poco de nostalgia de tiempos mejores pero con el conocimiento de qué debemos hacer para recuperar nuestro nivel.
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