Domingo. 11 de la mañana. Día nublado. Temperatura agradable. Situación idónea para un rodaje. El plan es 65 minutos de rodaje, con cuestas y bajadas por «terreno variado». ¿Terreno variado? ¿Tierra, hierba y asfalto? Bueno, cerca de casa hay una zona boscosa que no conozco demasiado. Forerunner activado y ¡en marcha!
Enfilo por la zona conocida y me aventuro más alla, dentro de lo desconocido. Descubro un bosque muy verde y húmedo, con senderos poco transitados, caminos embarrados, zarzas cortando el paso, cuestas empinadas y pendientes resbaladizas. A veces tomo una senda que se corta de repente y me obliga a volver sobre mis pasos. En un charco veo huellas de jabalíes. No está mal. El viernes me encontré con conejos y hoy podría tropezarme con un jabalí. Por lo que sé de los jabalíes, prefiero no tener ese «placer». En el suelo también veo huellas de herraduras, así como marcas de motos y de tractores.
Llego a una cuesta muy empinada. La respiración agitada y las piernas doloridas. No puedo subirla corriendo. ¡Casi no puedo subirla andando! Busco apoyos en el suelo y consigo llegar a la cima sin agarrarme a nada. Me encuentro con una planta muy curiosa. No llevo la cámara. En casa la busqué en internet y supe que era una Anthurus Archedi, una seta originaria de Tasmania e introducida en Europa a principios del siglo pasado. También encuentro dos huevos de la misma planta. Me recuerda los nidos de Alien, el 8º Pasajero.
Oigo unas motos. Bajo trotando con precaución y, al llegar a la altura de uno de los motoristas, oigo que me saluda llamándome por mi nombre. Era Luigi, un antiguo conocido y compañero de trabajo, que estaba haciendo motocross con un colega. Charlamos un rato y seguimos cada uno por nuestro camino.
Busco la civilización. Veo marcas que ponen PRG-17. Estoy en una ruta de senderismo. Me cruzo con otra persona con un perro. Era Luis, el carpintero. Nos saludamos y sigo corriendo. El pecho me arde con tanta cuesta y tanto esquivar zarzas (silvas, para los galegofalantes) y barro. Abandono las tierras incógnitas y vuelvo a la civilización. Llevo 50 minutos.
Alcanzo la carretera. La cruzo y me interno en una zona rural, con casas de campo, por donde intento llegar al paseo fluvial del río Mero. Voy, vuelvo, voy, vuelvo y no consigo encontrar el dichoso paso. Los perros ladran tras las alambradas. Vuelvo hacia la carretera. Un perro enorme ladra tras un murete al tiempo que me persigue. No le hago caso. De repente, un escalofrío. ¡El portalón está abierto! Allí una mujer está limpiando la entrada y el perro se cohibe de salir. ¡Glups!
Llevo 65 minutos. Es hora de volver a casa. Un trotecillo ligero, terminando con un sprint. Creo que se ha cumplido el objetivo. 70 minuto por ¡terreno variado!
3 comentarios:
Interesante aventura; así da gusto salir a correr; el otro día hice casi lo mismo por la sierra de Collserola y la verdad es que me gustó eso de ir por sitios que no has estado nunca; en cuanto a encontrase con un jabalí tengo bastante experiencia; la sierra de Collserola está plagado de ellos, campan a sus anchas y se pasean con toda la tranquilidad del mundo, indiferentes a las numerosos runners que solemos; rodar por allí; de todas manera sigo sin fiarme mucho de ellos; un saludo y adelante, nos leemos.
No he llegado a tropezarme nunca con uno, aunque más de una vez he visto sus huellas y sus marcas. Me sorprende porque las he encontrado en zonas rurales pero no demasiado alejadas de la ciudad.
Hace una semana tuve la experiencia de montar a caballo por la zona de la Sierra de Medo, en Ourense. Todo por pistas y caminos de tierra, entre arboleda. Por supuesto volveré pero con las zapas. Allí se nos cruzaron en el camino dos "bichos": o eran corzos o venados pequeños. Ideal.
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