Ya he salido a entrenar con el micoach (en lo sucesivo, «khenéfono»). Salí a la calle con intención de calibrarlo. Le introduje mi peso, edad y frecuencia cardiaca máxima (el famoso 220-edad). A continuación puse el programa de «Evaluación» para que el khenéfono determinara mi pésimo estado de forma. Esperaba que me hiciera trotar un rato y quizás algún sprint.
Pulsé «Iniciar» y escuché una agradable voz femenina con un cierto acento a Tom-Tom que me decía con su voz suave pero inflexible: «Recorra 1600 metros en el menor tiempo posible». ¡Coño! ¡Así, sin calentar ni nada! Allá me ves a mí, corriendo como un desesperado para complacer a la chica del khenéfono. Como pude, terminé una milla que más bien parecía legua y media, con la legua de fuera... quiero decir... con la lengua de fuera. Pero la tortura no había terminado porque el contador seguía corriendo. Seguí trotando con la duda de si lo estaría haciendo bien y al cabo de un rato oí la voz diciendo que ya había terminado y que mi estado de forma era medio (esto no era del todo cierto, pero ya explicaré por qué más adelante).
A continuación hice mi primer entrenamiento con el khenéfono. Como llovía pensé en hacer unos 4 kilómetros. Programé el khenéfono para la distancia y me apareció una lista acerca del tipo de entrenamiento que quería hacer: que si potencia, fuerza, esfuerzo, resistencia o energía. Yo, de chulito, me dije para mí mismo: POTENCIA. Esperaba también un entrenamiento progresivo, o un entrenamiento por intervalos pero tampoco fue así.
Le di al botón de «Iniciar» y oí a la voz diciendo: «Aumenta velocidad hasta zona de intensidad máxima». ¡Coño, otra vez lo mismo! ¡Allá voy! Y empecé a correr, cada vez más rápido. La voz me volvió a decir: «Acelera hasta zona de intensidad máxima». Yo, cada vez, corría más rápido y la voz seguía insistiendo. Después de oir el mismo mensaje 4 ó 5 veces por fin oí el mensaje de que había alcanzado la «intensidad máxima» y que mantuviera la velocidad durante tres kilómetros. Yo iba echando los hígados por la boca y ¿tenía que aguantar así otros 3 kilómetros? Seguí como pude y, de repente, la voz acariciadora de la entrenadora me dijo: «¡Machote, baja un poco que te va a dar algo!». Bueno, en realidad me dijo algo así como «¡Afloja hasta zona de intensidad máxima!». Yo, obediente, aflojé un poco y al poco volví a oir la voz diciendo que ya estaba en la zona de intensidad máxima. Pero la cosa no iba a terminar ahí. Un minuto más tarde, volví a oir la voz diciéndome que apretara más. Yo apreté los dientes pero cuando comprendí que la voz quería decir otra cosa, aceleré hasta que la voz me dijo que iba bien. Otras dos veces me pasó lo mismo.
Por fin, la voz me dijo que había terminado. Recogí la lengua que la llevaba arrastrando por el suelo desde hacía dos kilómetros y la metí de nuevo en la boca. Entonces me di cuenta de que los kilómetros estaban mal medidos. Claro, ¡no había calibrado el sensor de velocidad! Por eso me había dicho que mi nivel era «medio». Seguí trotando un ratito más y di por terminado el entrenamiento.
Esta fue la gráfica del entrenamiento:
Pulsé «Iniciar» y escuché una agradable voz femenina con un cierto acento a Tom-Tom que me decía con su voz suave pero inflexible: «Recorra 1600 metros en el menor tiempo posible». ¡Coño! ¡Así, sin calentar ni nada! Allá me ves a mí, corriendo como un desesperado para complacer a la chica del khenéfono. Como pude, terminé una milla que más bien parecía legua y media, con la legua de fuera... quiero decir... con la lengua de fuera. Pero la tortura no había terminado porque el contador seguía corriendo. Seguí trotando con la duda de si lo estaría haciendo bien y al cabo de un rato oí la voz diciendo que ya había terminado y que mi estado de forma era medio (esto no era del todo cierto, pero ya explicaré por qué más adelante).
A continuación hice mi primer entrenamiento con el khenéfono. Como llovía pensé en hacer unos 4 kilómetros. Programé el khenéfono para la distancia y me apareció una lista acerca del tipo de entrenamiento que quería hacer: que si potencia, fuerza, esfuerzo, resistencia o energía. Yo, de chulito, me dije para mí mismo: POTENCIA. Esperaba también un entrenamiento progresivo, o un entrenamiento por intervalos pero tampoco fue así.
Le di al botón de «Iniciar» y oí a la voz diciendo: «Aumenta velocidad hasta zona de intensidad máxima». ¡Coño, otra vez lo mismo! ¡Allá voy! Y empecé a correr, cada vez más rápido. La voz me volvió a decir: «Acelera hasta zona de intensidad máxima». Yo, cada vez, corría más rápido y la voz seguía insistiendo. Después de oir el mismo mensaje 4 ó 5 veces por fin oí el mensaje de que había alcanzado la «intensidad máxima» y que mantuviera la velocidad durante tres kilómetros. Yo iba echando los hígados por la boca y ¿tenía que aguantar así otros 3 kilómetros? Seguí como pude y, de repente, la voz acariciadora de la entrenadora me dijo: «¡Machote, baja un poco que te va a dar algo!». Bueno, en realidad me dijo algo así como «¡Afloja hasta zona de intensidad máxima!». Yo, obediente, aflojé un poco y al poco volví a oir la voz diciendo que ya estaba en la zona de intensidad máxima. Pero la cosa no iba a terminar ahí. Un minuto más tarde, volví a oir la voz diciéndome que apretara más. Yo apreté los dientes pero cuando comprendí que la voz quería decir otra cosa, aceleré hasta que la voz me dijo que iba bien. Otras dos veces me pasó lo mismo.
Por fin, la voz me dijo que había terminado. Recogí la lengua que la llevaba arrastrando por el suelo desde hacía dos kilómetros y la metí de nuevo en la boca. Entonces me di cuenta de que los kilómetros estaban mal medidos. Claro, ¡no había calibrado el sensor de velocidad! Por eso me había dicho que mi nivel era «medio». Seguí trotando un ratito más y di por terminado el entrenamiento.
Esta fue la gráfica del entrenamiento:
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