lunes, 7 de abril de 2008

Crónica de la Vig-Bay

Omitiré todo lo que todos sabemos y hacemos antes de una carrera y arrancaré mi historia ya sentadito en el coche, con mi mujer al volante y los niños en el asiento de atrás.
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Primer obstáculo: policía municipal en la rotonda del Amor de Dios. Le pregunto al guardia por dónde ir y, como iba a correr, me dejó pasar (le mostré todo ufano el dorsal).
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Segundo obstáculo: 500 metros más abajo la carretera estaba cortada y sólo podía pasar la prensa. Nos desvió por unos caminejos y conseguimos aparcar a 300 metros de la playa.
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Superados los obstáculos, me «tecnifico» (podómetro, crono, Ipod) y salgo trotando con 15 minutos de margen hacia la salida. A la altura de la rotonda con la estatua del rapto de Europa, una mujer me dice que me quite los cascos, que me van a descalificar. Yo le contesto: «Pues que me descalifiquen». Me coloco en la salida en mi posición natural (más bien hacia atrás) y me encuentro con mi amigo Banderas.
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¡Salida!... andando, como no. Como no había calentado nada, quise salir muy despacio aunque no me dejaron. Cuando estaba dando la primera vuelta a Samil vi a una chica rubia y a un chico con barba que me estaban animando. No lo podía creer. Hacía un año que no los veía y mis últimas noticias era que estaban viviendo en Canarias. Di la vuelta, troté un poco en sentido contrario (por el arcén, para no molestar) y fui a dar un beso a la susodicha y un abrazo al interfecto ¡Qué alegría verlos allí! Me dieron ganas de pasar de la carrera y quedarme charlando con ellos, pero ellos me animaron a seguir corriendo.
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Pasé la cuesta del Lagares y me encuentro con un ciclista que se dirige hacia mí y me dice que no se puede ir con cascos, que me van a descalificar. No le hago caso. Al poco me lo vuelve a decir y le hago el mismo caso. A la tercera dice mi número de dorsal y me repite lo mismo. Como le di la callada por respuesta, detuvo la bici y anotó mi número de dorsal. El hombre nunca se identificó como juez de la carrera.
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Seguí corriendo a mi ritmo y llegué a la cuesta de Canido. En la cima había un montón de personas animando y, un poco más allá, una mujer que me dijo que no podía correr con cascos y que me iban a descalificar. ¡Qué pesados! Que me descalifiquen y punto. Que no den más la tabarra. Tampocose identificó como jueza. Parecía que el asunto no era la descalificación en sí, sino amedrentar a los corredores. Eso se llama abuso de poder.
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A partir de la mitad del recorrido (allá por la famosa cuesta de Mide) comencé a apretar un poco. Hacía un día precioso, las Cíes vigilándonos desde el horizonte y el aroma de los pinos, los eucaliptos y las glicinias acompañándonos en algunos tramos. Las piernas me respondían y fui adelantando a un montón de corredores.
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La parte negativa de la carrera fue un compañero caído y un ciclista auxiliándolo. Unos metros más adelante una ambulancia arrancaba llevando a un compañero que se había abierto la cabeza contra el asfalto. También me hablaron de un hombre que llegó a meta desorientado.
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Por fin, Playa América. Bajé por la amplia avenida que lleva a la playa gozando de cada una de las zancadas. Al fondo, el mar azul, la arena y un cielo despejado donde jugueteaban unos jirones de nubes. La gente animaba y hasta nos decían que aún podíamos alcanzar a Elías. ¡Qué cachondos!
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Al volver a la carretera me volvieron a decir lo de los cascos y la descalificación. Ya harto, me los enganché en la parte de atrás de la gorra y seguí sin música. Pronto llegamos a la Ramallosa donde había muchísima gente animando. Un ciclista (otro cachondo) nos recomendó ir por la playa, aprovechando que había marea baja y que acortaríamos un par de kilómetros.
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Ya queda poco. El final me lo tomé con calma y buen humor. Iba bien de fuerzas y seguía adelantando puestos. En la última recta estaba el juez de la barba anotando dorsales. Miró para mi Ipod, miró para mí, miró para mis orejas y...¡sorpresa! no llevaba los cascos puestos. Trató de ver dónde terminaban los cables que salían del Ipod pero estaban camuflados en la gorra. Me pareció verle cara de decepción.
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Por fin la meta. Subo el ritmo para llegar como si fuera un atleta de verdad y llego como un campeón. Se terminó la carrera. Paso con mi chip amarillo sin pararme en los auxiliares que estaban quitando los chips de alquiler y recojo un botellín de agua, un plátano y un trozo de roscón. Saludo a los conocidos y voy en busca de mi familia.
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Todo parecía ir a cámara lenta. La gran aglomeración de personas, los coches atascados, el paso lento frente al ritmo de mi corazón que todavía latía medio desbocado. Por fin me reencuentro con mi familia y comparto con los niños el botellín de agua. Poco después dme encuentro con unos amigos que habían venido de Betanzos a darse un garbeo de 21 km por Baiona.
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Más tarde, cuando había pasado un buen rato, me acerqué a ver las clasificaciones, por ver si algún conocido había subido al podio (y de paso ver si me habían descalificado) y, ¡sorpresa!, Marina había quedado de primera de su categoría. También habían conseguido trofeo Chus y Yolanda (¡vaya máquinas!).
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Mientras estaba viendo las clasificaciones oigo el nombre de Marina por megafonía. Me acerco y la veo radiante, con un vestido blanco con topos rojos, guapísima. Cuando bajó del podio la felicité al igual que a otros amigos del norte.
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Y así terminó mi Vig-Bay. Para mí fue un entreno para el Mapoma más que una carrera. Nunca hubiera imaginado que una carrera de 21 km la pudiera considerar un entrenamiento. Este año tardé 5 minutos más que el pasado (algo más de 1h 50') pero ya habrá más ediciones para mejorar tiempos. Ya estoy pensando en el 2009 donde me comprometo a hacerla en 1h40'
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Un abrazo a todos

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