El sábado empezó mi aventura. A las 12 llegaba el avión que me llevaba a Madrid. Metro, maletas en el hotel y a buscar el dorsal. Hacía calor. Al llegar al Pabellón de la Pipa no vi cola afuera. Me llevé un alegrón porque el año pasado estuve más de media hora en la cola para recoger el dorsal. Entré en el Pabellón y ... ¡estaba práctimente vacío! Me dirigí al mostrador y me dieron el sobre con el dorsal inmediatamente. Fui a comprobar el chip y a recoger la bolsa del corredor: dentro había una camiseta técnica chulísima y de buena calidad. También había una mochila amarilla cojonuda (perdonando la expresión). La gente iba por la feria con la camiseta puesta y con la mochila al hombro. Viendo que ya pasaban de las dos, me dirigí a la Pasta Party. Diez minutos de cola fuera... y diez minutos de cola dentro. Me dieron un enorme plato de macarrones con chorizo con salsa de tomate y un montón de queso rallado, un trozo de pan, una manzana y un botellín de agua. También daban batidos de chocolate. Pedí uno y me dijeron que no, que sólo eran para los niños. Bueeeeno. Me senté enfrente de un corredor debutante al que los nervios le hacían hablar por los codos. Me informó dónde estaban las bebidas sin habérselo preguntado (había mostradores con Coca-Cola, Aquarius, agua y cerveza) y estuvo hablando con todo el mundo mientras comíamos. Al terminar de comer me fui a por una isotónica de lúpulo de postre. Me acerqué la barra y acerqué la mano a una caña que acababan de tirar. «¡Espera!», me gritó el que las tiraba, «¡esa es sin alcohol!» Dejé el vaso sobre la barra y, dándole las gracias por haberme salvado la vida, cogí la caña fresquita y recién tirada que me ofrecía el paisano. Salí de la Pasta Party y traté de ponerme en contanto de nuevo con Mr. Dixie. Me dijo que estaba en la Feria del Corredor y quedamos cerca de la entrada. Lo encontré más delgado aunque con el mismo buen humor de siempre y la misma sonrisa. Me alegré mucho de verlo. Después de charlar un rato, se fue a la Pasta Party y yo me fui a visitar la feria. Me pareció más «pobre» que el año pasado. Por allí andaba Julio Rey haciéndose fotos, pero no me hice la foto con él. Por eso no ganó, claro. Eché de menos el stand de Mizuno. No vi ninguna novedad en toda la feria. En menos de una hora ya la había visitado por completo y me volví a Madrid. Fui a El Corte Inglés para comprar algo para desayunar y unos imperdibles para ponerme el dorsal, porque en el sobre no venían. Después fui a la Plaza Mayor para la visita guiada organizada por el Mapoma y la Oficina de Turismo. Aunque debiera haber sido sobre el Madrid mediaeval, la visita fue sobre las partes más antiguas de Marid ya que, como ya me había contado mi chica (que de esto sabe mucho) el Madrid medieval prácticamente no existió (o sin prácticamente). Tras la visita de hora y media, nos fuimos a cenar con unos amigos de Vigo que trabajan en la capital. Después de cenar pizza y una buena jarra de cerveza, me volví al hotel. Preparé las cosas para el domingo y me acosté al filo de la medianoche.
A las seis de la mañana suena el despertador. Desayuno un par de tostadas con mermelada y echo un trago de agua. No me apetece nada más. Me vuelvo a la cama. A las siete y veinte, vuelve a sonar el despertador. Había estado soñando que todo me salía mal. No le di más importancia. Tras la rutina pre-carrera, cojo el metro para ir a la carrera. Aunque parezca mentira y es largo de explicar, me equivoqué de metro. A las dos paradas tuve que bajarme y reorganizar la ruta. Al llegar a la estación del Banco de España nos bajamos un millón de corredores. Quizá exagere un poco, pero éramos muchos. Obviamente, llegué tarde a la cita de la foto, por lo que mi chica me hizo a mí solo un par de fotos en el lugar. Me acompaña hasta la salida. Un avión Hércules pasa en vuelo rasante. El ambiente es increíble. Somos diez mil corredores más nuestros acompañantes. Tengo necesidad de vacíar la vejiga pero las colas para los WC químicos son interminables. Eso sí, muy organizaditas. Parecían colas inglesas: una sola fila y se iban ocupando los WC que quedaban libres. Yo desaguo en los arbustos, como hacían tantos otros. Resultaba curioso ver a las acompañantes de los corredores paseando por allí y nosotros con la minga fuera, regando árboles, sin ningún pudor. Vuelvo a la salida, un beso a mi chica, y a esperar a que den la salida. Todos estábamos nerviosos. Había charlas, risas, saltitos, estiramientos, palmas, ... Por fin empieza a moverse la marea humana. Han dado la salida, pero yo no lo he oído. Por encima de nuestras cabezas empiezan a volar las camisetas. Vamos caminando hasta pasar la salida, activamos cronos y empezamos a correr. Al poco empieza a llover. Me da gusto sentir en la cara a la compañera que he tenido durante tantos entrenamientos. Algunos refunfuñan aunque a la mayoría creo que nos da igual. Poco después oigo una voz que me llama por el nick ¡KHENE! Era Ivanno, de Correr en Galicia. Estuvimos rodando juntos y charlando. Debutaba en Maratón y estaba un poco nervioso. Primero me dijo que iba a por las 4 horas. Poco después que a por las 3h 45'. Le pregunté cual era su tiempo en media y me contestó que ¡1h 30'! Entonces le dije dos cosas: primero, que podía terminar en 3h30' sin problemas y segundo, que tenía que correr «SU» maratón, que no fuera a mi ritmo, que fuera al suyo, que ya nos veríamos en meta. La lluvia paró e Ivanno, al poco, desapareció de mi vista. No sé si porque mi conversación era muy aburrida, porque los militares iban cantando cerca de nosotros o porque se sentía con fuerzas para tirar más rápido. No lo volví a ver. Adelanté el globo de las 4 horas y seguí tirando. Más tarde me saludó Papá Baloo, un tío muy simpático. Nos saludamos, nos deseamos suerte y seguimos cada uno a lo suyo. Adelanté a una chica con una camiseta que ponía Ourense en la espalada y le di ánimos, identificandome como vigués. Un poco después me encuentro a mi chica animándome. Cuando me ve, sonríe y a continuación pone cara de espanto. ¿Qué pasará? ¿Tendré la cara muy congestionada? Me pregunta si se me soltaron los esparadrapos de los pezones. Me miro el pecho y veo una mancha de sangre sobre el pezón derecho. No sentía dolor y así se lo hice saber a ella. Corrió un rato a mi lado y después se despidió de mí. Poco después llegamos a Gran Vía. Se me escapó un «Guaaaaau» de admiración y oí a Papa Baloo a mi lado diciendo «Ésta es la parte que más me gusta». Me mostré de acuerdo con él. Más tarde me saludó Roy Orbison, otro forero de Correr en Galicia. Llegué a la media y sentí que la vejiga reclamaba mi atención. Eché un pis en el Parque del Oeste. Tenía dolor de tripa y sentía una ampolla en cada pie. Seguí corriendo aunque a veces los retortijones me doblaban con el dolor. De repente una enorme y sonora flatulencia se escapó por mi esfinter anal. Levanté la mano pidiendo disculpas a los que venían detrás, pero creo que no hubo heridos graves. El dolor de vientre se calmó un poco pero poco después volvió a incrementarse. No quería aflojar el esfinter por si el gas no venía solo y me fue doliendo la tripa toda la segunda media. Los kilómetros iban pasando. Por el camino un par de grupos de música amenizaban el paso. Algunas personas ponían música a tope en la radio del coche y abrían la puera para que se oyera más. La gente animaba, gritando. Poco antes de entrar en la Casa de Campo, la gente dejaba un pasillo muy pequeño para los corredores. Los gritos de ánimo eran ensordecedores. Poco después, un poco de paz. Custodiados por los árboles de la Casa de Campo, proseguimos nuestro peregrinar hacia la meta. En el kilómetro 33 me tropiezo con el muro.
¡PUM!
Ya no levanté cabeza. Las piernas no me respondían, el ritmo era cada vez más lento, pero apretaba los dientes y continuaba, paso a paso, segundo a segundo. Me adelanta un corredor que en la espalda llevaba las siglas GZ y me da ánimos. Me reconoció por el nick. En el kilómetro 37 estaba mi chica. Corrió un rato a mi lado, hasta que una voz le dijo en tono jocoso: «¡Pero deja el bolso, mujer!» Ella se echó a reir (es un encanto) y me dejó seguir solo hasta la meta. Fue una tortura. Intenté aumentar la cadencia o alargar la zancada pero era imposible. Las piernas no me obedecían. Sólo podía ir a ese ritmo cansino, de muñeco roto. Llegué a Atocha y no vi la señal del kilómetro 39. No sabía muy bien cuánto faltaba. Comenzaba la cuesta final. Casi tres kilómetos de cuesta. La gente nos animaba y nos vitoreaba «¡Ánimo! ¡Un poco más! ¡Ya habéis llegado!» Vi a un corredor que ayudaba a otro, que estaba un poco desorientado y le decía: «¡Venga, que sólo faltan unos cien metros» Pobre. Quedaban 2 kilómetros de agonía. Paso el 40, el 41 y ya voy enfilando la entrada al retiro. La gente estaba enardecida, animando como locos. Vi un corredor con la pierna tiesa por los calamabres que no podía continuar. Pobre, tan cerca. Los sanitarios se acercaban velozmente a él con una camilla. A lo lejos vi el kilómetro 42. Me emocioné, Tenía ganas de llorar y de reir a la vez. Siempre he controlado mucho mis emociones, pero en esta ocasión las deje fluir. Me sentí feliz, sonriendo, casi riendo. Un poco más, un último esfuerzo y crucé la meta con los brazos en alto en señal de victoria. ¡Lo había conseguido! Me dieron un plástico para cubrime la espalda y una medalla conmemorativa. Me puse ambos enseguida. Nos ofrecieron agua, isotónicas, manzanas, naranjas, frutos secos y un montón de cosas más. Me acerqué al puesto de Mahou y le dije al chico de la barra: «¡Una isotónica, por favor!» Se echó a reir y me contestó: «Si al menos fuera con alcohol. Pero ésta es una mierda «sin»». Tomé un trago y le di la razón. Comí una naranja, media manzana, unos pocos frutos secos y bebí un poco de agua. Poco a poco fui hacia la salida para encontrame con mi chica. Fuimos caminando hasta la boca del metro y sufrí al bajar por las escaleras. Al llegar al hotel, por fin pude aliviar el dolor de mis intestinos. Hice recuento de daños. El esparadrapo de un pezón se había levantado un poco y por eso había sangrado. Tenía una hermosa ampolla en cada pie, pero ya estaban secas, después de haberlas aplastado durante más de 20 kilómetros. Tenía un poco rozada una ingle. Una uña mal cortada me había hecho sangrar un dedo. Ya había notado la molestia. Por el resto estaba bien. Me duché y fuimos a comer. Ahora sí tomé una caña de verdad. Después cogimos el metro hasta El Paseo del Prado para dar una vuelta por el museo. Había una cola inmensa por lo que cambiamos de opinión y nos fuimos al Thyssen. Me sentía algo mareado y el cerebro me pedía que me sentara o que me tumbara, pero yo quería andar. Volvimos andando al hotel (unos cuatro o cinco kilómetros), recogimos el equipaje del depósito de maletas, fuimos al aeropuerto y llegamos a Galicia a las diez y cuarto de la noche. Mis hijos estaba esperándome en el aeropuerto y se lanzaron a nuestros brazos. Volví a casa y, antes de acostarme, me bebí un litro de agua. Me desperté varias veces durante la noche. Al día siguiente fui al trabajo con la medalla colgando del cuello. Estaba orgullos de haber terminado el naratón. Mis compañeros me felicitaron, aunque me dio la sensación que no saben muy bien el esfuerzo que representa terminar los 42 kilómetros. Uno que anda en bici en plan paseo me explicó las agujetas que tuvo una vez. Me daba la risa.
Creo que no he bebido suficiente durante la carrera y que parte de la pájara se debió a una pequeña deshidratación. La otra parte de culpa fue no haber cumplido mis ritmos objetivos. Hice la primera media más rápido de lo que debiera y después lo pagué. En los últimos 10 kilómetros perdí 15 minutos con respecto al ritmo que estaba llevando. Al fin y al cabo, todo son excusas. No me salió bien y ya está. La próxima será mejor. Lo importante es haber terminado. Pasé por meta 4h 02', quince minutos menos que el año pasado. El año que viene trataré de bajar otros quince. Sí has leído bien. El año que viene repito y, probablemente, por octubre caiga otro maratón. De momento, el próximo objetivo será la media de Betanzos.
Hoy he salido a rodar 25 minutos, muy suaves. Mañana descanso.
A las seis de la mañana suena el despertador. Desayuno un par de tostadas con mermelada y echo un trago de agua. No me apetece nada más. Me vuelvo a la cama. A las siete y veinte, vuelve a sonar el despertador. Había estado soñando que todo me salía mal. No le di más importancia. Tras la rutina pre-carrera, cojo el metro para ir a la carrera. Aunque parezca mentira y es largo de explicar, me equivoqué de metro. A las dos paradas tuve que bajarme y reorganizar la ruta. Al llegar a la estación del Banco de España nos bajamos un millón de corredores. Quizá exagere un poco, pero éramos muchos. Obviamente, llegué tarde a la cita de la foto, por lo que mi chica me hizo a mí solo un par de fotos en el lugar. Me acompaña hasta la salida. Un avión Hércules pasa en vuelo rasante. El ambiente es increíble. Somos diez mil corredores más nuestros acompañantes. Tengo necesidad de vacíar la vejiga pero las colas para los WC químicos son interminables. Eso sí, muy organizaditas. Parecían colas inglesas: una sola fila y se iban ocupando los WC que quedaban libres. Yo desaguo en los arbustos, como hacían tantos otros. Resultaba curioso ver a las acompañantes de los corredores paseando por allí y nosotros con la minga fuera, regando árboles, sin ningún pudor. Vuelvo a la salida, un beso a mi chica, y a esperar a que den la salida. Todos estábamos nerviosos. Había charlas, risas, saltitos, estiramientos, palmas, ... Por fin empieza a moverse la marea humana. Han dado la salida, pero yo no lo he oído. Por encima de nuestras cabezas empiezan a volar las camisetas. Vamos caminando hasta pasar la salida, activamos cronos y empezamos a correr. Al poco empieza a llover. Me da gusto sentir en la cara a la compañera que he tenido durante tantos entrenamientos. Algunos refunfuñan aunque a la mayoría creo que nos da igual. Poco después oigo una voz que me llama por el nick ¡KHENE! Era Ivanno, de Correr en Galicia. Estuvimos rodando juntos y charlando. Debutaba en Maratón y estaba un poco nervioso. Primero me dijo que iba a por las 4 horas. Poco después que a por las 3h 45'. Le pregunté cual era su tiempo en media y me contestó que ¡1h 30'! Entonces le dije dos cosas: primero, que podía terminar en 3h30' sin problemas y segundo, que tenía que correr «SU» maratón, que no fuera a mi ritmo, que fuera al suyo, que ya nos veríamos en meta. La lluvia paró e Ivanno, al poco, desapareció de mi vista. No sé si porque mi conversación era muy aburrida, porque los militares iban cantando cerca de nosotros o porque se sentía con fuerzas para tirar más rápido. No lo volví a ver. Adelanté el globo de las 4 horas y seguí tirando. Más tarde me saludó Papá Baloo, un tío muy simpático. Nos saludamos, nos deseamos suerte y seguimos cada uno a lo suyo. Adelanté a una chica con una camiseta que ponía Ourense en la espalada y le di ánimos, identificandome como vigués. Un poco después me encuentro a mi chica animándome. Cuando me ve, sonríe y a continuación pone cara de espanto. ¿Qué pasará? ¿Tendré la cara muy congestionada? Me pregunta si se me soltaron los esparadrapos de los pezones. Me miro el pecho y veo una mancha de sangre sobre el pezón derecho. No sentía dolor y así se lo hice saber a ella. Corrió un rato a mi lado y después se despidió de mí. Poco después llegamos a Gran Vía. Se me escapó un «Guaaaaau» de admiración y oí a Papa Baloo a mi lado diciendo «Ésta es la parte que más me gusta». Me mostré de acuerdo con él. Más tarde me saludó Roy Orbison, otro forero de Correr en Galicia. Llegué a la media y sentí que la vejiga reclamaba mi atención. Eché un pis en el Parque del Oeste. Tenía dolor de tripa y sentía una ampolla en cada pie. Seguí corriendo aunque a veces los retortijones me doblaban con el dolor. De repente una enorme y sonora flatulencia se escapó por mi esfinter anal. Levanté la mano pidiendo disculpas a los que venían detrás, pero creo que no hubo heridos graves. El dolor de vientre se calmó un poco pero poco después volvió a incrementarse. No quería aflojar el esfinter por si el gas no venía solo y me fue doliendo la tripa toda la segunda media. Los kilómetros iban pasando. Por el camino un par de grupos de música amenizaban el paso. Algunas personas ponían música a tope en la radio del coche y abrían la puera para que se oyera más. La gente animaba, gritando. Poco antes de entrar en la Casa de Campo, la gente dejaba un pasillo muy pequeño para los corredores. Los gritos de ánimo eran ensordecedores. Poco después, un poco de paz. Custodiados por los árboles de la Casa de Campo, proseguimos nuestro peregrinar hacia la meta. En el kilómetro 33 me tropiezo con el muro.
¡PUM!
Ya no levanté cabeza. Las piernas no me respondían, el ritmo era cada vez más lento, pero apretaba los dientes y continuaba, paso a paso, segundo a segundo. Me adelanta un corredor que en la espalda llevaba las siglas GZ y me da ánimos. Me reconoció por el nick. En el kilómetro 37 estaba mi chica. Corrió un rato a mi lado, hasta que una voz le dijo en tono jocoso: «¡Pero deja el bolso, mujer!» Ella se echó a reir (es un encanto) y me dejó seguir solo hasta la meta. Fue una tortura. Intenté aumentar la cadencia o alargar la zancada pero era imposible. Las piernas no me obedecían. Sólo podía ir a ese ritmo cansino, de muñeco roto. Llegué a Atocha y no vi la señal del kilómetro 39. No sabía muy bien cuánto faltaba. Comenzaba la cuesta final. Casi tres kilómetos de cuesta. La gente nos animaba y nos vitoreaba «¡Ánimo! ¡Un poco más! ¡Ya habéis llegado!» Vi a un corredor que ayudaba a otro, que estaba un poco desorientado y le decía: «¡Venga, que sólo faltan unos cien metros» Pobre. Quedaban 2 kilómetros de agonía. Paso el 40, el 41 y ya voy enfilando la entrada al retiro. La gente estaba enardecida, animando como locos. Vi un corredor con la pierna tiesa por los calamabres que no podía continuar. Pobre, tan cerca. Los sanitarios se acercaban velozmente a él con una camilla. A lo lejos vi el kilómetro 42. Me emocioné, Tenía ganas de llorar y de reir a la vez. Siempre he controlado mucho mis emociones, pero en esta ocasión las deje fluir. Me sentí feliz, sonriendo, casi riendo. Un poco más, un último esfuerzo y crucé la meta con los brazos en alto en señal de victoria. ¡Lo había conseguido! Me dieron un plástico para cubrime la espalda y una medalla conmemorativa. Me puse ambos enseguida. Nos ofrecieron agua, isotónicas, manzanas, naranjas, frutos secos y un montón de cosas más. Me acerqué al puesto de Mahou y le dije al chico de la barra: «¡Una isotónica, por favor!» Se echó a reir y me contestó: «Si al menos fuera con alcohol. Pero ésta es una mierda «sin»». Tomé un trago y le di la razón. Comí una naranja, media manzana, unos pocos frutos secos y bebí un poco de agua. Poco a poco fui hacia la salida para encontrame con mi chica. Fuimos caminando hasta la boca del metro y sufrí al bajar por las escaleras. Al llegar al hotel, por fin pude aliviar el dolor de mis intestinos. Hice recuento de daños. El esparadrapo de un pezón se había levantado un poco y por eso había sangrado. Tenía una hermosa ampolla en cada pie, pero ya estaban secas, después de haberlas aplastado durante más de 20 kilómetros. Tenía un poco rozada una ingle. Una uña mal cortada me había hecho sangrar un dedo. Ya había notado la molestia. Por el resto estaba bien. Me duché y fuimos a comer. Ahora sí tomé una caña de verdad. Después cogimos el metro hasta El Paseo del Prado para dar una vuelta por el museo. Había una cola inmensa por lo que cambiamos de opinión y nos fuimos al Thyssen. Me sentía algo mareado y el cerebro me pedía que me sentara o que me tumbara, pero yo quería andar. Volvimos andando al hotel (unos cuatro o cinco kilómetros), recogimos el equipaje del depósito de maletas, fuimos al aeropuerto y llegamos a Galicia a las diez y cuarto de la noche. Mis hijos estaba esperándome en el aeropuerto y se lanzaron a nuestros brazos. Volví a casa y, antes de acostarme, me bebí un litro de agua. Me desperté varias veces durante la noche. Al día siguiente fui al trabajo con la medalla colgando del cuello. Estaba orgullos de haber terminado el naratón. Mis compañeros me felicitaron, aunque me dio la sensación que no saben muy bien el esfuerzo que representa terminar los 42 kilómetros. Uno que anda en bici en plan paseo me explicó las agujetas que tuvo una vez. Me daba la risa.
Creo que no he bebido suficiente durante la carrera y que parte de la pájara se debió a una pequeña deshidratación. La otra parte de culpa fue no haber cumplido mis ritmos objetivos. Hice la primera media más rápido de lo que debiera y después lo pagué. En los últimos 10 kilómetros perdí 15 minutos con respecto al ritmo que estaba llevando. Al fin y al cabo, todo son excusas. No me salió bien y ya está. La próxima será mejor. Lo importante es haber terminado. Pasé por meta 4h 02', quince minutos menos que el año pasado. El año que viene trataré de bajar otros quince. Sí has leído bien. El año que viene repito y, probablemente, por octubre caiga otro maratón. De momento, el próximo objetivo será la media de Betanzos.
Hoy he salido a rodar 25 minutos, muy suaves. Mañana descanso.
Un abrazo,
Khene >^-^<