jueves, 23 de octubre de 2008

Muerte y resurrección del pulsómetro

El miércoles tuve un contratiempo cuando me disponía a salir a correr. Cuando ya estaba vestido y cableado, traté de conectar el pulsómetro y ... ¡el khenéfono no lo encontraba! Lo primero que pensé fue: «¡Ostia! ¡Estoy muerto y no me he dado cuenta!». Como todavía no había comenzado el rigor mortis, puse la mano en el pecho y sentí algo que reconocí como mi corazón, latiendo acompasadamente. Por si acaso y para cerciorarme, me toqué la carótida, la garganta, la muñeca, la sien y comprobé que el pulso estaba ahí. ¡Qué alivio! ¡Todavía estaba vivo!

Le pedí al khenéfono que buscara de nuevo y me volvió a contestar que no lo encontraba. «Está ahí», le dije mientras acercaba el khenéfono al pulsómetro. «Si quieres, le saco una foto y lo compruebas tú misma». La chica del khenéfono no me contestó. Vencido por la tecnología y su glacial silencio, deduje que debía de haberse gastado la pila. Reflexioné: «Nueve y cuarto de la noche, ¿dónde voy a encontrara un a pila CR2032 a estas horas. ¡Usa la cajita de pensar! Mmmmmm. ¡Ya sé! ¡En un bazar chino!».

Me puse un chaquetón para no pasar frío y no dar demasiado el cante, y me fui en coche al «chino» más cercano. Allí estaban las pilas, brillantes y relucientes en su blíster. El chino no se extrañó al verme de aquella guisa, sobre todo porque no podía ver mi indumentaria de la cintura para abajo gracias al mostrador que, en vez de mostrar, me ocultaba a sus ojos.

Contento y con mi pila nueva fui hasta el coche. Dos hombres estaban hablando al lado mientras uno de ellos se disponía a subir al coche que estaba justo al lado del mío. Yo me paré esperando a que entrara para poder abrir la puerta de mi coche. El hombre se fijó en mí, esperando y mirando para él, en mis piernas vestidas con unas mallitas piratas negras, en la gorra que llevaba en plena noche y en los cables que bajaban desde la gorra hasta la funda del khenéfono. Se despidió apresuradamente de su compañero, me miró con cara de espanto y subió al coche con celeridad. Mientras yo subía al mío, el hombre me miraba desde la seguridad de su habitáculo. Todavía había estupor en sus ojos. Arrancó y salió disparado.

Cambié la pila al pulsómetro y despertó de su letargo. Me fui a entrenar. La gente me miraba con extrañeza. Quizá porque me veían trotando suavemente hasta que, de repente, salía disparado como alma que lleva el diablo, durante 30 segundos , siguiendo las indicaciones de mi entrenadora y volviendo al trote suave. Debían de pensar que estaba majara.

Es posible que no se equivoquen demasiado.

2 comentarios:

banderas dijo...

Si me ves por ahí, por favor, no me saludes ¿vale? ;-P

khene dijo...

No pensaba hacerlo ;-P XD