miércoles, 7 de mayo de 2008

Mi Mapoma 2008: El Día D

Seis de la mañana. Suena el despertador y me levanto para desayunar. No me cuesta nada hacerlo (ya podía ser así todos los días). Desayuno unas barritas de cereales con chocolate, una isotónica (de lúpulo no, de verdad), unas nueces y un plátano. Seis quince, pongo el despertador para las ocho y me vuelvo a la cama.

Siete cuarenta y cinco de la mañana. Faltan 15 minutos para que suene el despertador pero ya estoy despierto y no tengo sueño. Me levanto sin hacer ruido y comienzo el ritual pre-carrera. A las ocho despierto a mi chica que todavia está durmiendo. Veinte minutos más tarde estamos en la calle. ¿Vamos andando? No, mejor cogemos el metro. No era el único vestido de corto en el vagón. Al llegar a la parada me doy cuenta de que medio tren va hacia Recoletos.

Me dirijo al punto de encuentro y, a la segunda, localizo a jotaeme y a Mr. Dixie, de Correr en Galicia. Risas, nervios, fotos y nos dirigimos hacia la salida. Besito de despedida a mi novia y le deseo que disfrute de una buena mañana por Madrid (salvo la visita al museo arqueológico, creo que poco más hizo).

Mr. Dixie se nos pierde y jotaeme y yo buscamos un puesto de salida más avanzado. Llegamos casi al globo de 4 h (muy atrás para el pobre jotaeme). Al nuestro lado vemos a una chica con un camiseta de Betanzos y también veo a Lodeiro, también de las rías altas. Por encima de nuestras cabezas pasan los aviones de la patrulla Águila dejando una estela con la bandera española

¡Pam! Dan la salida. Avanzamos caminando, como era de esperar. Al poco, jotaeme se lanza a tratar de conseguir su marca y a desquitarse de la gastroenteritis que le impidió participar en Barcelona. Yo comienzo a notar que mi vejiga me reclama. Me acerco a un seto a orinar. Cuando estoy terminando oigo una voz femenina que dice «sácale la foto a éste». Rápidamente, di media vuelta y regresé a la marea, antes de que me convirtieran en portada del Interviú.

Iba sin reloj, con el Ipod en un brazo y el teléfono en el otro. Por suerte es una carrera seria, sin gilipollas que te amenacen con descalificarte por ir escuchando música. Vestía la kheneseta con mi nombre en la espalda y en la cabeza la gorra negra que mis hijos me habían regalado por el día del padre, allá durante mi viaje a Bristol. En la mano llevaba tres barritas Isostar de sabor multifrutas, que me tomé en los kilómetros 6, 18 y 30 (gracias, Miguel). Mi ritmo era muy conservador, por detrás del globo de las 4 horas.

De pronto llegué a las torres Kio. Noté como una sonrisa afloraba a mis labio y decidí inmortalizar el momento. Seguí corriendo y quise guardar aquellas imágenes. Fotografié a los que llevaba delante ... y fotografié a los que venían detrás. Era impresionante estar en medio de aquellos miles de almas corredoras.
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Guardo pocos recuerdos de la primera media. Recuerdo encontrame de repente en Gran Vía y meternos por Callao hacia Sol. En Sol había mogollón de personas y un grupo (entre los que se encontraba Géminis Despechada) tocando batucada. Hasta llegar a la cuesta de los últimos kilómetros debió de ser el único grupo activo que me encontré (sin contar a los músicos espontáneos, ni a los que nos ponían música enlatada desde equipos de múscia, radiocedés, coches e incluso móviles con altavoces). Daba un poco de lástima ver a los pobres músicos descansando mientras pasábamos. Alguno incluso reclamó música para los populares, pero no le hicieron caso.
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Fue maravilloso ver tanta gente animando a propios y extraños, tantos carteles de ánimos, tantos niños dando aliento a sus padres, tantos madrileños en las calles formado pasillos, sentir el calor del público, ...
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Ya en la casa de Campo llegué a la media. El globo de las 4 horas ya estaba fuera de mis vista y,por supuesto, de mi alcance. No resití la tentación y le pregunté a un compañero la hora. Inmediatamente me arrepentí de haberlo hecho cuando vi al pobre hombre esforzándose por mirar el reloj mientras hacía equilibrios con un vaso lleno de isotónica en cada mano al tiempo que seguíamos corriendo. Consiguió responderme sin que se le vertiera ni una gota. Le di las gracias y le deseé una buena carrera.

Al poco tiempo, en una zona sin gente, me encontré con un hombre que estaba animando a todos los corredores. Era muy vehemente y nos decía que todavía teníamos a nuestro alcance las 4 horas. Me eché a reir. A los pocos kilómetros una chica vestida de manera similar a este hombre, también nos daba ánimos. Entonces me di cuenta de que eran de la organización. Eran los psicólogos deportivos (flipé).

Poco a poco fui llegando a Atocha y me encontré con la sorpresa y la alegría de ver a mi chica entre el público dándome ánimos. La saludé con la mano. Ella se acercó y se puso a trotar a mi lado. Me sentí feliz. También inmortalicé el momento con uan fotografía. Al cabo de un kilómetro, más o menos, se despidió de mí y me dijo que nos veíamos en la meta. Ya quedaba poco para la meta. Desde el kilómetro 34 iba mirando los puntos kilométricos con una mezcla de alegría y estupor. Durante toda la carrera había ido sonriendo y disfrutando de cada zancada. Pero el terreno comenzó a subir. Hasta entrar en el retiro había una cuesta larguísima. Muchos corredores iban caminando pero yo no me iba a rendir. Era fácil: poner un pie delante del otro y continuar haciéndolo. La música atronaba en la calle mientras los músicos intentaban dar un aire de fiesta.

Entré en el Retiro dispuesto a afrontar el último kilómetro. Cogí el móvil y le mandé un mensaje a mi chica dedicándole el kilómetro 42. Por fin la meta. ¡Lo conseguí! Seguí trotando y cogí la manta térmica que nos daban. Era un cacho de plástico que parecía una bolsa del Corte Inglés abierta por las soldaduras, nada que ver con el glamour de las mantas térmicas doradas que dan en otras pruebas. Seguí al gran mogollón y fui cogiendo comida y bebida del avituallamiento: sandía , manzana, barra energética, frutos secos, agua y...¡cerveza! Pero, ¿qué es esto que me dan? Un compañero pregunta «¿No hay cerveza con alcohol?». «No, sólo Laiker», le contestan. Tomo un sorbo y uso el resto para regar una plantas.

Sigo hacia la salida y allí nos recuerdan que recojamos la medalla. Me imagino a mí mismo llegando al aeropuerto con la medalla puesta para que la vean mis hijos. Recojo la caja que me dan. Me parece muy grande para contender una medalla. La abro y... me encuentro con una medalla de resina, de diez centímetros de diámetro y un soporte para colocarla sobre una mesa. ¡Qué decepción! (ahora la tengo en la mesa de mi oficina)

Salí del recinto y me encontré con mi chica, que me estaba esperando con una enorme sonrisa y un montón de besos, toditos para mí. Fuimos caminado hacia la Plaza de España para coger el metro y le comento que no me encontré con el muro. Suena el móvil. Es jotaeme. Charlamos un rato y nos contamos nuestra maratón. Hizo una marca fantástica, pero sé que eso no le llega y que en la próxima va a bajar, por lo menos 10 minutos. Mr. Dixie hizo un tiempo mejor aún. Por el camino, me llama Marola. Me da un alegrón enorme. Es una mujer fantástica y una gran amiga. En algún momento también hablé con el incombustible Banderas, que me felicitó efusivamente por teléfono.

Al llegar a la boca de metro descubro que el muro estaba escondido en aquellas escaleras. Tuve que ayudarme del pasamanos para poder bajar. De allí al hotel, duchita caliente, metro al aeropuerto, avión con ligero retraso (el capitán nos informa de que el aeropuerto de Barajas soalmante tiene tiene habilitada una única pista para depegar y para aterrizar y que estamos de quintos en la cola del despegue). Por fin llegamos a Galicia y me encuentro con una alegría más: ver a mis hijos esperando por su héroe. No saben muy bien cual es la diferencia con una carrera de 10 kilómetros pero se alegran de verme feliz y yo me siento feliz viéndolos a ellos alegres.

Y aquí acaba mi aventura. Tardé cuatro horas y cuarto pero conseguí llegar.
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Mi gran error fue que até demasiado fuerte los cordones en el empeine y me fueron haciendo daño desde el kilómetro 20 hata la meta, donde me daban ganas de descalzarme y terminar descalzo, por el gran dolor que sentía. Mi otro error fue que comencé a curarme una rozadura del dedo gordo del pie demasiado tarde (dos días antes) y me fue dando la lata todo el trayecto.
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Bebí en todos los avituallamientos y pasé por todas las duchas que habían instalado por el camino. Lo de la vaselina en los pies y en las axilas fue un acierto. Lo de la crema para el sol, una necesidad. Lo de llevar el móvil, fue otro acierto. Las barritas energéticas las tomé cuando debía. ¿Que cambiaré la próxima vez? Intentaré salir más adelante, intentaré terminar en 4 horas y entrenaré más las cuestas.
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También aprendí a beber de un vaso mientras vas corriendo. Pero eso es otra historia que deberá ser contada en otro momento.

4 comentarios:

Bestiario dijo...

Lo has logrado. Felicidades campeón. Espero conocerte pronto en alguna carrera y hacerte saber en persona la emoción que me ha creado tus relatos.

Saludos

belenmadrid dijo...

hola!! gracias por mencionarme!! la verdad es que fueron muchas horas y no podíamos tocar todo el rato, pero intentamos animar lo más posible! me alegro que acabaras, enhorabuena!

khene dijo...

Muchas gracias ;-D

banderas dijo...

Maravillosa crónica, meu, y las fotos son de premio (por haber llevado el móvil como ayuda externa, digo...Je!Je!... ya sabes a qué me refiero "-D