domingo, 25 de diciembre de 2011

Papá Noel Runner

Estaba Papá Noel sentado en su sillón, con aire pensativo, descansando tras haber terminado con la entrega de todos los regalos de Navidad, cuando uno de los elfos se le acercó con una gran sonrisa. Papá Noel levantó la mirada y vió que el elfo llevaba en las manos un paquete envuelto en papel de colores y con un enorme lazo, y que detrás de él venían todos los elfos que habían participado en la campaña 2010. El elfo le ofreció el regalo y Papá Noel lo aceptó con una sonora risotada, agradeciendo a todos el detalle. Despacio, muy despacio, abrió el paquete y descubrió unas flamantes Brooks Adrenaline GTS 11, unas mallas largas New Balance, una camiseta técnica Nike y un gorro Asics. Papá Noel estaba francamente sorprendido. Debajo de todo había una hoja con un plan de entrenamientos para iniciarse en el running, de Rodrigo Gavela. Papá Noel levantó la mirada y no se pudo resistir a las miradas ilusionadas y expectantes de los elfos. Les agradeció los regalos y prometió usarlos.

Al día siguiente, Papá Noel cumplió su promesa. Enfundado en tan extraña indumentaria, se puso a trotar en la noche ártica. A los diez minutos tuvo que parar. Se sentía cansado pero extrañamente emocionado con lo que acababa de hacer. Las agujetas no le permitieron salir al día siguiente... ni al siguiente... ni al siguiente. Al cuarto día los elfos le estaban esperando para compartir un rato con él y consiguió, entre andar y correr, estar durante algo más de media hora en movimiento.

A mediados de abril, Papá Noel salía a correr 5 días por semana. Había bajado unos kilos y se le veía contento. Se animó a participar en su primer diez mil, que se celebraba en Iisalmi, a unos pocos kilómetros del Ártico. Llegó entre los últimos pero volvió al Polo Norte muy satisfecho y con una preciosa camiseta técnica conmemorativa de la prueba.

Al llegar el mes de agosto, se animó a ir a Alaska y participar en un medio maratón, con el aliciente de que se llamaba el Santa Claus Half Marathon. No quedó tan mal. Por entonces ya había tenido que cambiar las zapas y tenía una pequeña colección de camisetas técnicas, desde la talla XXXL de su primera carrera hasta la XL de la última. No corría solo. Un grupo de elfos lo acompañaban e incluso habían formada un club de atletismo y se habían federado. Se hacían llamar el C.A.R. Navideño.

Cuando llegaron las fechas de empezar con la preparación de la campaña Navidad 2011, Papá Noel dejó de participar en carreras pero no de salir a entrenar. En diciembre, le echó el ojo a su primer maratón, que iba a tener lugar en el Polo Norte en el mes de abril. Decidió empezar a entrenar en cuanto terminara con la campaña navideña.

Este año, Papá Noel montó en su trineo calzando sus zapas. Este año no se iba a quedar atrapado en una chimenea como le había pasado el año anterior. Y, este año, le tiene un especial cariño a los corredores. Espero que se haya portado bien con todos vosotros.

Felices fiestas a todos.

Un abrazo enorme,

Khene

domingo, 11 de diciembre de 2011

Impulso, inercia y voluntad

Hace unos minutos que he llegado de correr (eran unos minutos cuando empecé a escribir esto. Ahora son un par de horas). Fue un rodaje nocturno de unos 10 kilómetros y unos pocos cientos de metros. Al terminar estaba empapado y aterido, con el cuerpo enrojecido por el frío. Necesité una buena dosis de ducha con la temperatura del agua al máximo para recuperar el color y el calor. Eso sí, tras los pertinentes estiramientos.

Salí con la misma ropa que hubiera llevado un día de verano y, hasta que estuve en la calle, no recordé que llevaba lloviendo toda la tarde. Me alejé un poco del portal y estuve observando como se movía la hierba agitada por el viento mientras el Forerunner cogía los satélites. En cuanto estuvo listo, pulse el botón del crono y me puse a correr.

Durante la hora y poco que estuve corriendo, estuve pensando en un montón de cosas, con la música de la radio como banda sonora. Pensé en el chollo, en las cosas que tengo que hacer mañana y en cómo organizar el trabajo para que todo funcione con mayor fluidez. Pensé en una pareja de amigos que se están divorciando y en cómo la vida puede dar un giro radical en tan sólo unos días (o en unas horas, o en una décima de segundo, como decía la canción). Pensé en que las Saucony se estaban comportando muy bien bajo la lluvia: ni había resbalado en la piedra y terminado en el río, ni me había deslizado sobre las hojas que alfombraban parte del recorrido. También pensé en cómo las cosas comienzan con un paso, con un impulso, con un arranque de valor (o de genio).

El cuerpo nos lo pide, es algo casi irracional: salir a correr bajo la lluvia, arrancar en una carrera, empezar a correr en un maratón, ¡necesito correr! Un «allá vamos» en silencio o en voz alta y nos ponemos en marcha. Incluso tenemos que frenarnos un poco, que vamos un poco lanzados de más. Al cabo de unos minutos nos ponemos en modo «automático». Pie tras pie, zancada tras zancada, vamos dejando atrás los metros y los kilómetros. Nos movemos por inercia. No somos conscientes de lo que vamos avanzando mientras oímos música, charlamos con el compañero, pensamos u observamos el camino o el paisaje. Cuando llevamos mucho tiempo corriendo o a un nivel muy intenso, llega un momento en que las fuerzas flaquean, el cansancio aumenta y comenzamos a sufrir. A pesar de lo que diga Newton, la inercia deja de funcionar. El impulso ya quedó atrás y es nuestra cabeza, nuestra voluntad la que toma el control: recuento de daños y dolores varios, nivel de cansancio, estado del cuerpo, distancia y tiempo hasta alcanzar el objetivo, necesidad de relajar (o no) el ritmo, nivel de deshidratación, ... ¿Cómo si no terminaríamos un maratón? ¿O cómo daríamos terminado ese duro entrenamiento cuando el cuerpo nos pide que paremos y continuemos caminando?

Son los tres pilares del corredor: Impulso, inercia y voluntad. Y no siempre en este orden. Como en la vida misma. Como en el amor. Como en la mecánica clásica.

    Leyes de Newton aplicadas a los corredores
  • Todo corredor en reposo permanecerá en reposo hasta que reciba un impulso que lo haga ponerse en movimiento.
  • Todo corredor en movimiento permanecerá en movimiento gracias a su inercia si no se aplica una fuerza de dolor o cansancio contraria a la del movimiento.
  • Todo corredor en movimiento que esté sufriendo una desaceleración necesita una fuerza de voluntad igual a la que produce la desaceleración para continuar en movimiento.
Si Newton levantara la cabeza... me tiraría una manzana a la mía.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Somos como niños

¡Vaya resfriado que he pillado! Dolor de garganta, moquera, estornudos, ... Esta mañana, como parecía que estaba mejor, fui a nadar un rato a la piscina municipal. Y sí, dentro de mis limitaciones, nadé sin fatigarme más de lo habitual. Después estuve haciendo recados, aprovechando que la empresa donde trabajo hacía puente. Por la tarde, después de comer, me volvieron todos los síntomas. Hasta tenía los ojos un poco llorosos y la nariz empezaba a tomar un ligero color encarnado. En cuanto cayó la noche, me vestí con la malla corta, con una camiseta técnica de manga corta y salí a rodar un rato en la noche fría, bajo unos nubarrones amenazantes.

Sorprendentemente, me encontré muy bien. La rodilla está recuperada en un 90% y el resfriado remitió durante la hora que estuve corriendo. Respiraba bien y no notaba cansancio. La diferencia con un catarro de pecho, es que mi resfriado me congestiona las fosas nasales y me da dolor de garganta, pero los pulmones están libres de mucosidad. Incluso terminé el entreno con la segunda mitad un poquito más rápido que como lo empecé. No lo sé exacto porque fui sin crono ni GPS. El aire fresco le sentó de maravilla a mi garganta inflamada.

Creo que los corredores somos un poquito como niños que hacen lo que no se les permitía hacer de pequeños. Salimos a la calle enfermos, poco abrigados, de noche, por caminos mal iluminados, pisando charcos de agua o barro, nos gusta mojarnos cuando llueve y tampoco nos importa demasiado el granizo o la nieve. Llevamos calzado de marca que cuesta un pastón y que no llega a durarnos un año. Nuestras madres deben de estar escandalizadas por todo lo que hacemos. Menos mal que sólo se enteran de parte de nuestras locuras y que no llegan a saber del todo cómo llegamos a rozar la deshidratación, cuántas veces nos alcanza el agotamiento, cómo llegamos a sufrir de manera agónica en una carrera y cuántas veces apretamos los dientes y nos obligamos a seguir cuando el cuerpo dice basta. A lo mejor sí lo saben y piensan que qué han hecho mal para que hayamos salido así. Ojalá lo hagamos nosotros igual de mal con nuestros hijos.

sábado, 3 de diciembre de 2011

The Cat is Back... o casi

Desde el primer momento en que la vi me pareció muy atractiva. Ese volumen trasero y la forma en que la gente se relacionaba con ella le daba un aire de distinción. Sus movimientos eran suaves y elegantes, casi felinos. Yo la miraba de reojo y cuando finalmente me armé de valor, me atreví a acercarme a ella. La observé con atención y, cuando comprendí cómo debía interactuar con ella, tuve mi primer contacto con la bicicleta elíptica.

Me subí a los pedales, así los cuernos con las manos y comencé a mover los pies. Los primeros pasos fueron lentos e inciertos. Mis piernas se negaban a seguir el ritmo marcado por la elíptica y tuve la certeza de que en el asfalto corría mal, como cojeando. Poco a poco le fui cogiendo el tranquillo y educando mi ritmo. A diferencia de la bici estática, la elíptica lleva una inercia que obliga a seguir un ritmo regular, tan importante en la carrera de fondo. Pronto se me cansaron los cuádriceps y descubrí mi segundo error: la postura del cuerpo no era la adecuada y forzaba las piernas más de lo que debía. Fui corrigiendo también ese error. Ahora ya no me pasa. Busqué información sobre las funcionalidades de la elíptica y me enteré de que el movimiento imita el esquí de fondo, aquel que practicaba José María Aznar antes de que su Personal Coach transformara sus abdominales en una tableta de chocolate. También leí que se debía adoptar una postura en que no se cargara la espalda. Como mi ritmo ya era bastante regular, di un paso más y comencé a usar la elíptica sin apoyar las manos. La espalda llevaba ahora una postura más natural. El movimiento lo iba equilibrando con los brazos, como si fuera andando (o corriendo). Esto me mostró otro error en mi forma de correr: la falta de equilibrio.

Fui corrigiendo estos defectos y descubriendo nuevas formas de usar la elíptica. Además de correr hacia adelante, comencé también a usarla hacia atrás. De esta manera, además de trabajar los cuádriceps, también trabajo los isquiotibiales. También sin manos, por supuesto. Últimamente estoy comenzando a trabajar la propiocepción. Cierro los ojos mientras estoy en la elíptica pero no soy capaz de aguantar mas de 2 ó 3 minutos sin perder el equilibrio. Poco a poco.

Estoy arrancando de nuevo con los rodajes. El 18 de diciembre tengo intención de correr la Monumental de Lugo y veré qué sensaciones tengo. Como debo recuperar el fondo, los entrenos los voy haciendo por pulsaciones, lentamente, con intención de bajarlas. El domingo corrí 50 minutos, a 140 PPM. El lunes hice Stretching Global Activo durante media hora. El martes, curso de natación y 20 minutos de elíptica. ¡Qué difícil es nadar bien a braza! El miércoles, una hora de carrera contínua a 150-155 PPM. Al llegar a casa, ejercicios de cuádriceps en excéntrico. El jueves, curso de natación, elíptica y cuádriceps en máquina en el gimnasio de la piscina. El viernes, 65 minutos de rodaje aeróbico, 145-155 PPM, y ejercicios de cuádriceps en excéntrico. Por supuesto, siempre termino con estiramientos. Estoy sorprendido por la mejoría en los estiramientos de isquios. Tengo los músculos mucho más flexibles que antes. Parece que el SGA va dando resultado. 

El rodaje de hoy no fue de carrera continua en el más puro sentido de la expresión. Cuando iba por el kilómetro 5 y pico, justo cuando iba a cambiar de sentido, suena el móvil. Era mi hermana. Me preguntó: «¿Estás corriendo?». Le contesté: «No, estoy haciendo el amor con mi mujer». Nos echamos los dos a reir, más aún cuando le conté que le había dicho algo parecido a una pesada que me ofrecía cambiar de operadora de móvil y que no entendía que no me interesaba su oferta. Tras la charla con mi hermana, volví a intentar coger el ritmo que llevaba. Las pulsaciones habían bajado a ciento treinta y pico. A los dos minutos vuelve a sonar el móvil. «¿Qué se le habrá olvidado?», pensé. Pues no. Era de la consulta del dentista recordándome la cita anual para la limpieza de la piñata. Aunque no le dije nada, supongo que mis jadeos intentando correr y hablar por teléfono al mismo tiempo la debió de dejar un poco desconcertada. Al menos, eso me pareció por el tono de voz. Las pulsaciones bajaron otra vez y, aunque alcancé de nuevo las 150 PPM, no fui capaz de recuperar el ritmo.

A ver si voy cogiendo fondo de nuevo. En el curso de natación casi me da vergüenza comprobar con qué facilidad me fatigo. Espero que la cosa cambie en un par de meses.