viernes, 29 de julio de 2011

MÁS PUNCIÓN SECA Y KINESIOTAPPING

Suena el despertador. Me quedo inmóvil en la cama, pendiente de lo que me vaya a decir la pierna. En reposo, el cuádriceps está callado, parece que todavía duerme. Enciendo la luz de la lamparita y me siento en la cama. El cuádriceps parece que está despertando. Me calzo las zapatillas y, con una mano apoyada sobre la cama, me levanto con cuidado. Mis nuevos amiguitos, el vasto interno, el vasto externo y el recto anterior se espabilan e insisten en que les preste atención. Ufff. No duele tanto como ayer pero le llega bien.

Media hora más tarde, estoy en la calle, dispuesto a enfrentarme una vez más a un delicioso día de trabajo (Es un sarcasmo. Me siento como si yo fuera House y me dirigiera a trabajar a Azkaban).

Llego a la prueba de fuego. Frente a mí se yerguen, imponentes, tres grupos de escaleras. Respiro hondo y, acongojado, comienzo a subir el primer escalón. Son 8 pasos... ¡Ahí va! ¡La rodilla no restalla! Sigo subiendo. ¡Ostras! Me duele el cuádricep pero ¡la rodilla no! Segundo grupo de escalones. Son 5. Los subo a paso rápido. ¡Sigue sin doler! ¡La rodilla funciona como una bisagra! Tercer grupo de escalones. Son 13 ¡Los subo de dos en dos! Entro en el trabajo con una sonrisa en los labios, mientras tarareo una melodía.

Las punciones funcionaron. No sé si es que me dolía tanto la pierna que no sentía dolor en la rodilla pero, cuando fue desapareciendo ese dolor, la rodilla siguió sin doler y sin crujir. Durante dos días, la cosa fue a mejor. El tercero me sentía completamente recuperado. Pablo me había dicho que el cuarto o quinto día, podía trotar suave un rato, para ver cómo respondía la pierna. Estaba ansioso por probar.  

Querido fisio Pablo. Si por casualidad estás leyendo este blog, te ruego que no sigas. Gracias por tu comprensión.

El tercer día, paseando por el parque de Castrelos, mi hija nos propone a mi hijo y a mí, una carrera para resolver un pequeño conflicto. Los dos aceptamos y echamos a correr. Como veo que me está ganando, aprieto y termino al esprint. La rodilla responde bien, aunque al correr con sandalias por el terreno irregular de hierba, me dio una sensación extraña, como de inestabilidad. Ya fuera del parque, echamos otra carrera. «Hasta la puerta de aquel taller», me propuso. No me pude resistir. Otro sprint, esta vez mejor ¡La rodilla funcionaba perfectamente!

Por la tarde nos fuimos a la playa. Me bañé con los niños, jugamos en el agua y nadé un rato a croll con mi rodilla recién «arreglada». Más tarde, paseíto por la orilla con mi chica. La arena se hundía bajo mis pies pero la rodilla seguía aguantando. Al día siguiente, más playa, más baño, más juegos, más natación y más paseíto por la arena húmeda. Total, la pierna ya estaba bien... Llegó la noche y noté un pequeño clic en la rodilla. «Será un crujido normal», pensé. A la mañana siguiente, el clic fue en aumento y la rodilla comenzó a dolerme. Por la noche, la rodilla seguía empeorando y yo me empezaba a preocupar. El martes me sentía casi como la semana anterior.

Llegó el miércoles y me tocaba visita al fisio, con la pierna rasuradita para el kinesiotapping. Pablo me pregunta qué tal me fue. Le cuento que los primeros días bien pero que después empezó a empeorar. Me mira con cara de extrañeza y me pregunta si salí a correr. «Nooo», le contesté. «Me dolía la rodilla y tuve un poco de miedo». No coló. «¿Hiciste algún esfuerzo con la pierna?», me preguntó. «Coño, que me ha pillao», pensé. «Esfuerzo, esfuerzo, lo que se dice esfuerzo, pssss, creo que no...», le dije. «Pero el fin de semana estuve jugando un ratillo con los niños», añadí. Pablo me miró con una mirada comprensiva y me mandó pasar a la camilla para la sesión. Más punciones (menos que la semana pasada pero igual de «agradables») y vendaje con kinesiotapping.  Yo pensaba: «¿Me pondrá el esparadrapo azul brillante? ¿El rosita chicle? ¿El negro? ¿El verde turquesa?» Pues no, me puso el verde «celador de hospital».

Ahora estoy en casa, con la pierna kinesiotapinada, tras haber disfrutado de un día sin dolor en la rodilla. Delante de mí tengo la agujita usada que le pedí a Pablo para poder ver con atención el instrumento de tortura. Los esparadrapos no me molestan aunque dejan sentir su presencia. Dentro de tres días toca quitarlos. Ya te contaré cómo me fue.

miércoles, 27 de julio de 2011

LA PUNCIÓN SECA Y LA MADRE QUE LA PARIÓ

El día D a la hora H me presenté en la clínica de fisioterapia. Pablo (el fisio que me iba a atender) me estaba esperando y me hizo pasar directamente a una sala donde me estuvo haciendo preguntas para elaborar mi historial. Cuando tuvo claro qué me pasaba y que yo pertenecía al club de los locos que salen a correr, haga sol o llueva a chuzos, me condujo hasta otra sala con una camilla en el centro.
Comenzó a explorarme la pierna: Mueve la pierna para aquí... empuja hacia allá... ¿te duele si hago esto?...empuja al tiempo que estiras...haz una sentadilla mientras te agarro la pierna...ahora una media sentadilla...una salto mortal hacia atrás sin manos mientras te metes el dedo gordo del pie en un agujero de la nariz...bueno, esto último no... pero tampoco me hubiera extrañado mucho si me lo hubiera dicho.

Unos minutos más tarde, tras descartar problemas articulares, de menisco, de tendones y de otros músculos, apuntó con su dedo al presunto responsable de mis males: ¡el cuádriceps!

¡Qué alegría! Me senti aliviado. Ya sé que suena un poco raro lo de la «alegría» y el «alivio» pero, cuando una hora antes pensaba que estaba tocado del menisco o de la articulación de la rodilla, que debía de tener un problema de desgaste o incluso el cartílago roto, que podía tener una lesión grave y que tendría que dejar de correr, y ahora me dicen que el problema está en un músculo, puedes imaginar lo aliviado que me sentí. Además, era en un músculo conocido y siempre da un poco de sensación de familiaridad. ¡El cuádriceps! ¡El famoso cuádriceps de «voy a estirar los cuádriceps»!

Pablo me contó que las contracturas que tenía en el cúadriceps, desplazaban la rótula y me producían los chasquidos y el dolor. Concretamente me habló del vasto externo, del vasto interno y del recto anterior, mis nuevos amiguitos. El tratamiento consistía en eliminar esas contracturas para llevar la rótula a su sitio. Para ello había dos maneras de afrontar el problema:

Tratamiento A: Método conservador. Consiste en trabajar con las manos el músculo afectado hasta dejarlo descontracturado. Hasta la tercera sesión no comenzaría a notar la mejoría.

Tratamiento B: Método Invasivo. Mediante punción seca, se accede a los puntos gatillo y, produciendo contracciones en el músculo, se soluciona el problema. Es más doloroso pero, después de la primera sesión, ya se aprecia mejoría. Me advierte que la pierna queda dolorida un par de días.

No me lo pienso. El rápido, que mola más. No es lo mismo decir «me dieron unos masajes en la pierna» que «me trataron las contracturas mediante la técnica de punción seca sobre los puntos gatillo del vasto externo». Cuando el interlocutor pregunte qué es eso de la punción, o haga algún comentario acerca de la acupuntura, o de que si hay punción seca y punción húmeda, o de qué son los puntos gatillo, habrá caído en la trampa y no le quedará más remedio que oirme soltarle la chapa. Je, je, je, ¡qué maquiavélico soy!

Cuando creía que Pablo diría que me iba a dar cita para volver otro día, me suelta: «Voy a por las agujas». ¡Glups! Un momento después, vuelve con unas agujas estériles parecidas a las de acupuntura (ahora sé que de parecidas no tienen nada, que son muuuuucho más largas), un frasco de alcohol y un boli Bic. Comienza explorando concienzudamente el muslo, marcando con boli los puntos doloridos. Cuando termina con la pierna, me explica que va a clavarme la aguja en los puntos de dolor y que voy a sentir una contracción fuerte del músculo cuando alcance el punto gatillo. ¿Cómo? ¿Que me va a clavar una aguja donde ya me está doliendo? Creo que no va a ser tan buena idea. También me dice que tengo que irle avisando cuando sienta las contracciones. ¡Ostras! ¡Como en el paritorio! ¿Me pondrán también unas correas para monitorizarlas? ¿Cómo era aquello de la sofrología? Había que pensar en un color, ¿no?

Pablo determina con precisión el punto exacto donde me duele (¡¡¡¡justo ahííííííííí!!!), frota con alcohol la zona y se dispone a clavar la aguja en el lado exterior del muslo (perdón, que ahora ya sé como se llama: me realiza una punción en el vasto externo).

El momento de clavar la aguja es casi imperceptible. Me crezco. Esto está chupao. Ahora comienza a clavar y a retirar la aguja, profundizando cada vez un poco más. Ya no está tan chupao. Al cabo de un rato, la pierna se contrae súbitamente. «¡Una!», dije. Un rato más tarde llegó la segunda. Después hubo una tercera, una cuarta y una quinta. ¿¡¡¡Cómo c*ñ* era aquello de la sofrología!!!? La sexta contracción no daba llegado, y Pablo buscó buscó otra marca de boli en la pierna donde seguir con la tortura. Volvió a clavar la aguja y me preguntó: «¿Duele mucho?». ¡Mmmmmmmpff! Toda mi atención estaba centrada en soportar el dolor y tuve que hacer un esfuerzo para hablar sin perder la concentración. «Un poco pero soportable», mentí tratando de mostrarme como un tipo duro, y volví a sumergirme en mi autocontrol mientras trataba de contener una lágrima de dolor.

Tras terminar con el vasto externo, comenzó a trabajar con el recto anterior. Al cabo de un rato de no encontrar el dichoso punto gatillo, me dice: «Tienes mucho cuádriceps». Mi ego creció dos puntos. ¡Qué cachas estoy! Esto lo cuento mañana en el trabajo. «Voy a cambiar la aguja por otra más larga», añadió. Mi ego bajó cinco enteros. Aguja más larga x músculo más grande= más superficie de «enclavamiento» = más dolor. ¡Ups! 4 centímetros de aguja. 40 milímetros de punción. ¡40000 micras de dolor! 

Una eternidad más tarde, Pablo dio por terminadas las punciones. Comenzó entonces el masaje para drenar los desechos derivados de la contracciones musculares. Era mi primer contacto con un masaje dado por un profesional. Según habia oído a correlegas, ahora vendría lo agradable y «quedaría como nuevo». ¿En cuanto sentí aquellas manos presionando sobre mi dolorida pierna me di cuenta de mi error y pensé «¿De verdad que la gente paga porque le hagan esto sin tener que curar una lesión?» Creía que un masaje era placentero pero aquellos dedos se clavaban en puntos de dolor que ni siquiera Chuck Norris conocía. 

Por fin terminó la sesión. Me vestí como pude, doblando la pierna con cuidado para ponerme los pantalones y salí de la consulta con la pata tiesa. No sabía si la rodilla estaba mejor o no, porque me dolía tanto toda la pierna que no era capaz de decir si un punto concreto de ella dolía más que otro. En casa tomé un paracetamol y dormí como un tronco toda la noche.

sábado, 23 de julio de 2011

Dolor y Chasquidos en la Rodilla

Tras mes y medio con dolor en la rodilla izquierda, ya no pude aguantar más. Los escalones eran pirámides y las cuestas montañas. La rodilla emitía chasquidos y me dolía tanto que me hacía cojear. Con el tiempo iba empeorando. Las pocas veces que salía a trotar, me iba doliendo y, aunque parecía que al finalizar me aliviaba un poco, era algo temporal y volvía el dolor. Hace unos días, mi chica me insistió una vez más en que tenía que buscar ayuda profesional. Le tuve que dar la razón (al final siempre la tiene) y hacerle caso.

Recordé cuando, hace años, había ido a mi médico de cabecera con lo que resultó ser el síndrome de la cintilla iliotibial. Tras examinarme me dijo: «Si te duele al correr, cambia de deporte». Sin comentarios. Lo fui curando yo solo con ibuprofeno, frío, estiramientos y combinar trote con andar.

Podría pedir un volante para el traumatólogo pero tampoco me parecía una buena idea tener que esperar varios meses para que me atienda y que me recete antiinflamatorios.

Recurrí entonces a los que podrían ayudarme y que seguro que me entenderían: los amigos de la zapa y el asfalto (y la tierra, que alguno es «machaca» del monte y los trails). Todos los que no estaban de vacaciones se molestaron en ayudarme y darme sus recomendaciones según sus experiencias. Se lo agradecí muchísimo. Me resultó de especial interés la respuesta de Miguel. Me dijo que él iba a una clínica de fisioterapia que quedaba cerca de mi casa, que trabajaban hasta las 10 de la noche y que no eran caros. ¿Qué podía perder? Llamé un lunes a última hora de la tarde, pedí cita para las 8 de la noche y quedamos para el miércoles.