Fue la primera vez que entro en meta con mi hijo al lado, con sus diez añitos recién cumplidos. Él, mi hija y mi mujer me fueron animando a lo largo del recorrido. Primero en la salida, después en Callao y, finalmente, en la Puerta de Alcalá. Allí fue donde se puso a mi lado, poco antes del km 41 y corrió conmigo hasta la línea de meta. Me hizo mucha ilusión.
También fue la primera vez que entro en meta al sprint. El pobre chaval casi no podía seguirme. Le di la mano y entramos juntos a 3'50"/km. Después de haber estado corriendo durante casi 4 horas y cuarto, no me podía creer que las piernas me respondieran así.
Por primera vez terminé un maratón sin agujetas. Estaba cansado, claro, pero no tenía la sensación de agotamiento que había sentido en las otras tres ocasiones.
Nunca antes había llegado a la meta sin hambre ni sed. Cogí un Powerade en la línea de llegada, bebí un trago y lo dejé. Pasé de las colas del avituallamiento post carrera. No tenía sed. No tenia hambre. Había bebido 200 ml de agua cada 5 km y había tomado un gel en los kilómetros 10, 20 y 30. El desayuno, a las 6 de la mañana, había consistido en 4 galletas Chiquilín, un trago de zumo de naranja y otro de Powerade.
También los entrenos habían sido distintos a los de otros años. El rodaje más largo fue de 27 km (incumpliendo lo que me indicaba el plan). Los otros no llegaron a 24 km. Hubo series, largas y cortas, pero no rodajes de más de 2 horas. Aunque no las tenía todas conmigo, el plan funcionó.
Los últimos kilómetros fueron más lentos que los primeros pero no agónicos. Y fueron más rápidos que en años anteriores. En el kilómetro 35 valoré si valdría la pena subir el ritmo pero me di cuenta de que podría ganar solamente un par de minutos y que podría perder más de 10 si la cosa no salía bien. El muro no apareció y disfruté de cada uno de los kilómetros del maratón.
La verdad es que todo salió bien. En la feria del corredor me había encontrado con Miguel Ojordo. Me alegré mucho de verlo. El día de la carrera, en el viaje en metro desde el hotel a la salida, estuve charlando con un corredor catalán que me contó que era un incondicional de Saucony y que había aprovechado la logística de su negocio para contactar con la empresa y colaborar con ellos en traer la marca a España. Al llegar al Banco de España, me encontré con Banderas, Rubenigui, Jecarqui, Govi y otros más, con los que me hice unas fotos. Nos deseamos suerte y nos separamos. Fui hasta la salida con Banderas. Quedamos a casi 5 minutos del arco de salida. Rodamos juntos un par de kilómetros y cada uno continuó para hacer SU maratón. Al igual que en otros años, había gente disfrazada: un hombre con traje de novia, otro vestido de tigre, otro de indio, ... Dos corredores llevaban a la espalda un muro de poliexpán con una frase alusiva a que íbamos a poder con él. Un chico llevaba escrito en la camiseta "Hace 18 semanas esto parecía una buena idea". Me hizo gracia. El ambiente era muy festivo, como siempre, aunque me pareció que había menos charangas que otros años. No podía faltar la música de Carros de Fuego, que en esta ocasión fue por partida doble. Este año no pasamos por delante de la catedral de la Almudena debido a la procesión del domingo de Ramos. Nos metieron por debajo, por un túnel, donde muchos aprovechamos para desaguar.
Tras cruzar el arco de La Media, al entrar en el Parque del Oeste, me fijé en una corredora de cabello cano que llevaba una camiseta donde ponía que corría por McMillan, en favor de la lucha contra el cáncer. Fui haciendo la goma con ella hasta el km 38. Allí empecé a oír voces animando a una tal Linda, y diciendo "Go, Linda, Go!". Así supe el nombre aquella mujer y que era conocida por aquellos andurriales capitalinos. Por desgracia, los ánimos le hicieron subir un pelín el ritmo y, al poco, se quedó atrás. Otra curiosidad que recuerdo fue un grupo bastante numeroso de la Bripac que salimos a la misma altura. Empezaron con mucha coña, casi con chulería, pero los últimos km lo pasaron fatal. Recuerdo especialmente a un chaval que adelanté en el km 39. Me dio pena. Iba destrozado, con la cara desencajada. Le di ánimos y le insistí en que sólo quedaban 3 km.
El resto ya lo he contado. La ilusión de ver a mi familia animando, la alegría de que mi hijo me acompañara y la satisfacción de llegar tan entero a la meta. Objetivo cumplido. Ya habrá otras ocasiones para mejorar marca. O no.